viernes, 21 de julio de 2023

Carpanta, que estás en los cielos

 

Es curioso. Compras una tortilla de patatas en el supermercado y das por hecho  que cumple con todo tipo de medidas sanitarias para su consumo. Y si esa tortilla de patatas es de las más caras de la tienda, como es el caso de “Palacios”, que ahora está produciendo el susto, parece que la adquieres con más garantía. Pero no es así. Te la llevas a casa, la calientas en la sartén, te la vas zampando, te contagias de botulismo y terminas en el pasillo de un hospital esperando a que alguien te haga la caridad de atenderte. Claro, visto lo visto, cuando vas a un bar de carretera, o de barrio, o del centro de la ciudad, y ves una tortilla que ya saluda al cliente por llevar mucho tiempo expuesta sobre un mostrador desprotegido te lo piensas dos veces antes de pedir un pincho que acompañe a una caña de cerveza. Si les digo la verdad, he entrado en tascas muy marranas, he probado de todo lo que se allí se ofrecía y nunca me pasó nada. Si acaso, unas diarreas estivales que nunca supe a qué atribuirlas. Pero me entero por un estudio de la Universidad de Santiago de Compostela que la mitad de la carne (pollo, pavo, ternera y cerdo) de los supermercados españoles está contaminada por bacterias por cepas de Escherichia coli y de Klebsiella pneumoniae, capaces de infectar el sistema inmunológico por causas diversas: por haberse roto en un momento dado la cadena de frío, por su almacenamiento incorrecto, por una mala praxis en su manipulación, o vaya usted a saber por qué. El asunto es serio. No se trata de que en los envases de productos de consumo se tenga que poner de ahora en adelante algo similar a lo que indican las cajetillas de tabaco, sino procurar que los controles sanitarios sean más exigentes. No aprendimos con el desastre de las garrafas de aceite de colza desnaturalizado. Tampoco, con “La Mechá” de la empresa sevillana “Magrudis” ni en el caso de reciente intoxicación alimentaria por toxina botulínica en una lata de atún en aceite de girasol de “Día”. Por eso es conveniente fijarse si una lata (guindillas, espárragos, judías verdes, guisantes, bonito, etc.) está hinchada o el recipiente tiene fugas, o si sucede algo parecido en la tapa de un tarro de vidrio. Si es así, hay que desecharlo independientemente de su caducidad. Practicar un buen triaje (en la despensita casera o en la tienda) puede librarnos de muchos problemas serios de salud. Tal vez la solución esté en poner de ministro de Consumo a Carpanta, aquel personaje de Escobar  con hambruna calagurritana que aparecía en “Pulgarcito” como amigo del tripero antagónico don Protasio, dueño de un pantano y al que la sequía le había arruinado, pero siempre de chistera, frac y zapatos blancos de piqué pese a que la vida le estaba bajando peldaños en la escala social. Cuando el español ya no se fía ni de la tortilla de patatas, con los ingredientes básicos que se contemplaban en las cartillas de racionamiento, algo va rematadamente mal. Y siento tener que decirlo.

 

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