Recuerdo cuando hace ya
casi veinte años me animaron a pertenecer a una peña zaragocista formada solo
por hombres que se reunía una o dos veces al mes a comer un cocido en “Savoy”, un restaurante céntrico de
Zaragoza. Pero al poco tiempo de mi unión a ese grupo el restaurante cerró sus
puertas y fue necesario buscar otra ubicación donde comer. Y la peña encontró un
nuevo ámbito: “La Posada de las Almas”,
en la calle de san Pablo. A alguno de los comensales no le terminó de agradar
ese añoso lugar de encuentro, citado ya en los "Episodios Nacionales" por Galdós,
por razones que desconozco. Nunca estaban satisfechos. Buscaban lo imposible: merluza gorda que pesara poco. Y así, dando tumbos, terminamos reuniéndonos en “Casa Emilio”, en El Portillo. El cocido
que allí se ofrecía era excelente y el jefe de los fogones era su propietario, Emilio Lacambra. Pero continuó el
descontento entre un grupúsculo de comensales a los que nos les agradaba reunirse
en un local por el que había pasado toda la izquierda zaragozana y donde la
cultura y la política habían tenido un gran protagonismo durante el franquismo
y la Transición. Y los miembros de aquella peña futbolística decidieron cambiar
de sitio. Se marcharon, lo sé de oídas, a un restaurante de la calle Madre
Sacramento en la que yo ya no estuve presente. En esa zona de un tono más azul presumo que se encontrarían más a su gusto. Poco antes me había dado de baja en esa peña
de carcamales misóginos por una serie de razones que no hacen al caso, de lo
que no me arrepiento. Lo que aquí señalo viene a cuento con la noticia leída ayer día 27 de julio en la prensa aragonesa, donde se cuenta que Emilio Lacambra
murió el día anterior en Zaragoza a los 68 años. Lo he sentido mucho. Recuerdo que en
cierta ocasión le llamé por teléfono para invitarle a dar una
charla-conferencia en Estadilla (Huesca) sobre un tema libre, el que él
quisiera. Lo aceptó, llegó con puntualidad a ese pueblo de Huesca y leyó lo que llevaba preparado, recuerdo que
relacionado con el café. En 1989 se editó un libro por parte del Grupo Zeta conmemorando el quincuagésimo
aniversario de su casa de comidas fundada al terminar la guerra civil, el mismo
año que abrió sus puertas “Casa
Pascualillo”, otro referente gastronómico con solera manejado por el timón de Guillermo Vela (y nunca mejor dicho, ya que con anterioridad había sido marino mercante) que cerró sus puertas durante la
pandemia de coronavirus. Y gustó tanto aquel libro que se agotó y se hizo una segunda edición
en 2019. Lamento no disponer de ninguno de esos ejemplares. ¡Qué le vamos a
hacer! Emilio Lacambra seguirá vivo en mi recuerdo. Fue un gran hostelero y mejor
persona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario