miércoles, 5 de julio de 2023

Lo gallego

 


No pasa día sin que algo me sorprenda. Los gallegos, que tienen fama de listos, de afilar bien los cuchillos y de emigrar a América en vapores de viajes interminables con lo puesto y la compañía de una maleta, no pasa día sin que me asombren. Veo en una foto que presenta El Progreso, donde la picaresca alcanza límites inimaginables. El dueño de una céntrica cafetería de Lugo, por aquello del toma y daca, paga impuestos municipales pero, en absoluta reciprocidad,  se aprovecha del mobiliario urbano para sus fines lucrativos. Tanto es así, que un tuitero, autor de la fotografía plasmada en ese diario, Alberto Fernández, ha llegado a escribir en las redes:”Encántame isto de montar unha terraza e ‘aproveitar’ (apropiarse) del mobiliario público de todos para beneficio propio”. Pero no vaya a creer el lector que el hostelero ha aprovechado el mobiliario urbano en un suburbio donde la Policía Local transita poco, sino en lo más céntrico, en la Ronda de la Muralla, en la zona residencial de La Mosqueira, junto a las murallas romanas. Como los bancos públicos sin respaldo son color pizarra, ha colocado sillas y mesas del mismo color. Hasta queda estético, pero los lucenses no tienen dónde sentarse. Los gallegos son desconfiados, conformistas, de espíritu aventurero, poseedores de gran ingenio y adoradores de la morriña. Hasta el sonido de la gaita les revuelve los mondongos. Poseen un lazo invisible que les hace suspirar cuando llueve y por san Froilán se atracan de comer pulpo y de beber ribeiro, procedente de unas cepas que se cultivan ya cerca de Orense, en la confluencia de los ríos Miño, Avia, Arnoya y Barbantiño, este último en un paisaje donde se entremezclan molinos, robles, rebollos y helechos. La diferencia entre morriña y saudade estriba en que la primera es un sentimiento de melancolía al recordar la tierra natal, la que sienten los gallegos; la segunda, nostalgia por alguien o algo, la que sienten los portugueses, si hacemos caso a Ramón Piñeiro, claro. Quizás por eso, cuando un gallego escucha “Negra sombra” aparece el espectro de un silencio sepulcral. Es el eco de “esa sombra que sempre m’asombras” de Rosalía.

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