miércoles, 12 de julio de 2023

Sobre taladros y berbiquíes

 

La noticia de El Progreso, de Lugo, cuenta que “un guardia civil en prácticas fuera de servicio detiene a un hombre de origen peruano que quería taladrar la cabeza a su pareja en la localidad madrileña de Villaverde”. ¡Joder, qué veranito! El agente se llama David Esteban y, a mi entender, hizo lo que debía. Un agente de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado lo es todas las horas del día esté o no de servicio, como un cura o un médico. Lo que me produce consternación es el método utilizado por el peruano para intentar presuntamente llevar a cabo su vil acción. Existen armas blancas, armas de fuego, garrotes, pinchos y sogas para ahorcar,  pero los taladros y berbiquíes son herramientas que sirven para que el vecino nos dé la tabarra desde el viernes por la tarde hasta bien entrado el domingo. Porque no me negará el lector que hay vecinos de escalera que son la encarnación viva de  máquinas de hacer ruido. Les regalan por su cumpleaños un  taladro y, a falta de mejores cosas que hacer, se dedican a dejar los tabiques como los quesos de la tierra de Heidi cuando pretenden poner un taco que sujete un retrato de un paisaje idílico, verbigracia: un erial con una higuera  picholetera. A partir de ahora se debería promulgar una ley sobre “permiso de taladros” del mismo modo que existe el “permiso de armas”, y someterse periódicamente a los preceptivos  exámenes médicos y psicotécnicos que garanticen la cordura del aspirante. El grosor de la broca para la concesión de ese permiso también deberá tenerse en cuenta. No es lo mismo intentar matar a la suegra o a un cuñado con una broca para madera, que con un trépano triturante de carburo de tungsteno. Las dos pueden matar, pero la segunda requiere más pericia en su manejo. De haber estado en vigor la ley que aquí propongo, la posible pena para el peruano podría ser de mayor rango, al añadirse al presunto intento de homicidio en grado de tentativa la tenencia ilícita de taladros, o sea. Ha quedado demostrado que un taladro en manos de un peruano acalorado (da igual que proceda de Ayacucho que de Lambayeque)  es como un naranjero en poder de un catarrino.

 

No hay comentarios: