viernes, 28 de julio de 2023

Para beber, mejor agua

 

A mí últimamente me gusta comer con agua. El vino llevo tiempo sin probarlo. Hay muchos donde elegir en el mercado, la mayoría de ellos infames aunque se camuflen con rimbombantes etiquetas que señalen a qué temperatura hay que tomarlos, si es aterciopelado en boca y si tiene un retrogusto a no se sabe qué. Pamplinas. Cada pueblo dispone de una cooperativa que se incluye dentro de una determinada D.O. Tampoco hago ascos a una buena sidra, que se me antoja digestiva y de fáciles tragaderas. Pero beber agua resulta más barato, que es de lo que se trata. Lo importante de una comida es que sea agradable y esté hecha con esmero y dedicación. La bebida, como digo, si se trata de vino,  éste se ha convertido en un daño colateral para mis papilas gustativas que no soporto, salvo que sea de una calidad aceptable y un precio asequible, binomio que casi nunca suele ir junto. La sidra ya es otra cosa. Pero, aún así, sigo prefiriendo beber agua fresca. Da igual que en la mesa haya un chuletón ‘Villagodio’, un arroz en paella, un pollo a la Marengo o un besugo de Guetaria a la parrilla. Sobre el chuletón ‘Villagodio’ ya escribí en cierta ocasión. Fue una expresión salida de la boca del pintor Iturrino en 1909 en un restaurante,  tras haber asistido a una corrida de toros de José Echevaría  Bengoa, VI marqués de Villagodio, en la plaza de toros su propiedad situada en Bilbao en terrenos del barrio de Indauchu. Ante la extrañeza del camarero al pedir un ‘Villagodio’, el pintor le aclaró: “Sí, en efecto, he pedido un ‘Villagodio’, una chuleta de toro perteneciente a esa ganadería que solo sirve para carne”. Iturrino le tenía encono al marqués desde que le pidiese dejarle entrar en su finca para pintar unos cuadros y recibió la callada por respuesta. Nunca se lo perdonó. Aquella tarde, domingo 15 de agosto, toreaban Ostioncito, Recajo y Reverte II en una corrida a beneficio de la Asociación Vizcaína de Caridad y del Colegio de Sordomudos y Ciegos de Vizcaya. Durante el brindis del cuarto toro de la ganadería de Clairac que le había caído en suerte a Reverte II se produjo una gran tormenta con aparato eléctrico seguida de la desbandada de público asistente. Echevarría intentó con el tiempo mejorar su casta de Coreses (Zamora) sin conseguirlo. Para Iturrino seguían siendo animales “a la labor nacidos”,  en expresión del antitaurino Francisco de Quevedo, para quien las corridas de toros solo eran un motivo para acabar, como él decía, en “baba, beba, viva, boba y buba”. La divisa verde, blanca y amarilla de Villagodio terminó para ser puesta durante las fiestas a vaquillas de poco trapío hasta el posterior derribo de la plaza, que no tardó en llegar. Desaparecida, quedo en la memoria de los hosteleros norteños el “Villagodio”, referido a una chuleta de novillo de dos o tres años hecha a la parrilla, sabrosa, consistente y de carne roja, a la que le va muy bien el acompañamiento de agua de boca, como la que acompañó a la res de Clairac aquella aciaga tarde en un coso bilbaíno que ya es historia. La ganadería de Clairac la fundó en 1885 Eloy Lamamíé de Clairac en Ledesma (Salamanca). En 1916, al fallecimiento de Eloy, pasó la ganadería a  Rafael Lamamié de Clairac, quien en 1.921 la aumentó con vacas de  Antonio Fuentes procedentes de Fernando Parladé, y al año siguiente con otras de Tertuliano Fernández, de procedencia Ibarra. En 1925 compró la quinta parte y el hierro en que se dividió la ganadería de Gamero Cívico, que había adquirido en 1914 una gran parte de la de Parladé. El nuevo lote pasó a propiedad de su hijo Leopoldo, fallecido en 1941. La vacada se repartió entre sus tres hijos en 1950 y siguió con su hierro. Solo una de sus hijas, Aurora, se hizo cargo del resto con el hierro de “Valdelama”. Con el tiempo, en 1987, ambos hierros pasaron a nombre de su sobrino Antonio Peláez, que murió en 2007. El año 2015 se hizo cargo de la ganadería su hermano Rafael, que continúa con la vacada.

 

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