Hoy leo en el taco de calendario que es la Jornada de Responsabilidad
del Tráfico. Me ha venido a la cabeza el recuerdo de un boticario, Aristón Balduque, que siempre llevaba
en la luneta trasera de su Gordini dos
pegatinas. Una de ellas era redonda y avisaba de su deseo de recibir el viático
en caso de accidente y antes de exhalar su último aliento sobre el asfalto. La
otra pegatina señalaba: “San Cristóbal se apea del vehículo cuando se
sobrepasan los 100
kilómetros por hora”. Servidor, que toca madera hasta
cuando pedalea por el parque en bicicleta, siempre tuvo cierta reticencia a la hora de
montar en el coche de Aristón. No conducía con aseo, siempre cambiaba de marcha
con la mano izquierda y daba a la caja de cambios unos serruchazos tremendos.
Aristón Balduque era cursillista de cristiandad y pertenecía a la adoración
nocturna. Mitigaba el cansancio de sus rodillas en el reclinatorio y frente al
altar mayor con pastillas koki, de
mentol-penicilina. Aristón también jugaba al guiñote mano a mano en la
rebotica cada tarde contra el sobrestante de la Renfe, Ricario Nocito en una mesa camilla con hule donde, además de un
cenicero metálico con el anuncio de cinzano,
había dos copitas y una botella de anís
Las Cadenas, de finísimo paladar. Ricario Nocito le contaba a Aristón
Balduque mientras hacían un descanso en el juego que todos los vagones de
mercancías llevaban pintadas sus iniciales, o sea R.N. En la radio que había en
la alacena de los supositorios sonaba Torre
de arena en la voz de Marifé de Triana: “Como un lamento del alma mía / son mis suspiros, válgame Dios / fieles
testigos de la agonía / que va quemando mi corazón... “. Al llegar a ese
punto de la canción, a Ricario Nocito le cayó una lágrima gorda. Aristón
Balduque aprovechó la sensiblería de Ricario para acercarse a la cocina y
levantar la tapa del puchero donde se cocían unos boniatos. El reloj de pared señalaba
las ocho menos diez por la hora del Gobierno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario