sábado, 29 de julio de 2017

De plata y catafalco





Leyendo hoy un espléndido suelto en El País de Ana Alfageme, “La casa desconocida de Federica Montseny y Manuel Azaña”, caigo en la cuenta de que hace ahora 90 años de la primera impresión de “El jardín de los frailes” compuesta por “catorce ejemplares en papel registro, numerados de 1 a 14. No se ha puesto a la venta”. “El jardín de los frailes” no sé cuántas veces lo habré leído. Tengo una edición en rústica de Alianza Editorial (2º edición, 1982) que consta de un prólogo de dos páginas, en total: 174 páginas. En su interior conservo recortado un artículo de Federico Jiménez Losantos publicado en ABC el martes, 4 de mayo de 1993 y titulado “Doña Lola”, donde su autor hace un elogio funeral de Dolores Rivas con motivo del fallecimiento de la que un día fuese “primera dama” de España, antes de que la sustituyese otra mujer, Carmen Polo, por la fuerza de la sinrazón. “Doña Lola -cuenta Jiménez Losantos- se impuso como primera obligación moral cuando dejó en la tumba francesa a su marido y marchó a México, publicar sus Obras Completas, y ahí están, en la editorial Oasis, con esos tonos de plata y catafalco que las hacen resaltar en cualquier biblioteca”. Aquí, el de Orihuela del Tremedal hace uso del argot taurino, siempre tan carpetovetónico. Azabache o catafalco es el color de un traje de luces tremendamente elegante, pero que algunos toreros evitan por considerarlo demasiado serio. Catafalco, como todo el mundo conoce, es ese túmulo suntuoso que se pone en los templos para las exequias fúnebres. También, a veces, sobre el catafalco se sitúa el ataúd rodeado de blandones, esos enormes candelabros que soportan cirios de cera muy gruesos. El libro de  Manuel Azaña está dedicado a su cuñado además de amigo, Cipriano Rivas Cherif. Dice Azaña en su prólogo: “Quisiera tan sólo declarar a los amigos inclinados a otorgarme la merced de leerlas, el enigma de unas confesiones sin sujeto. Se exige demasiado a la amistad: incluso que lea los libros y no los desacredite”. No sé por qué razón, he aprovechado la lectura de Ana Alfageme para recordar a un escritor metido a político cuando ya rondaba los 50 años. Ganó el Premio Nacional de Narrativa en 1926 con su obra “Vida de don Juan Valera”.El jardín de los frailes” se editó primero por entregas, entre septiembre de 1921 y junio de 1922, en las páginas de La Pluma. Cinco años más tarde, en 1927, se publicó en formato de libro.

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