Suelo leer bastantes tonterías en los comentaristas de
prensa de papel. Cuando eso sucede, cambio a otra cosa, mariposa. Pero la más
gorda de todas las idioteces leídas últimamente viene de la mano de Cayetana Álvarez de Toledo en El
Mundo. En su artículo “La abdicación
de Felipe VI”, la columnista señala que “pretender una monarquía sin la
memoria de Juan Carlos es como
pretender una democracia española sin institución monárquica: hoy por hoy, una
distopía revolucionaria. El debate sobre la corona es, en realidad, un debate
crucial sobre nuestra ciudadanía". La exageración de la columnista es
manifiesta: por distopía entiende el Diccionario
de la RAE
“representación ficticia de una sociedad futura de características negativas
causantes de la alienación humana”, ¡Toma ya! La democracia española no
necesita de ninguna de las maneras de una institución monárquica, menos aún de
los actuales herederos de Felipe V.
Si alguien con capacidad bastante no me corrige, el entonces príncipe de España fue puesto en escena
por Francisco Franco, que deseaba
una Segunda Restauración borbónica
sin la figura de Juan de Borbón, al
que odiaba hasta la grosería. Pero la democracia pudo lograrse de otra manera
en aquellas primeras Cortes
Constituyentes. La forma de Estado pudo haber sido perfectamente una República,
como la que existe en Francia, en Alemania, en Italia o en Portugal. Pero el
miedo insuperable fue causa de que la figura del hoy rey emérito fuese incluida en el “paquete global” de la Constitución de 1978,
pese a que los supuestos derechos dinásticos, que para mí no existían (al haber
abandonado el trono cobardemente Alfonso
XIII en 1931), siguiera ostentándolos Juan de Borbón hasta el 14 de mayo de
1977. El verdadero artífice de la
Transición fue el pueblo español. De paso diré que
aprovechar el cuadragésimo aniversario
de las primeras elecciones en España para imponer una medalla a Rodolfo Martín Villa me parece un
despropósito surrealista y patético. Unas versiones cuentan que La Zarzuela no vio
conveniente que estuviese presente en aquel solemne acto el rey emérito. Otras,
que éste, el rey emérito, no quiso estar presente al acto en el “gallinero”.
Ja, ja, ja... ¿Cuál es la posverdad? Nosotros, los genuinos artífices de la
democracia, que por desgracia se ha convertido en una democracia de baja
calidad por la corrupción política (sobre la que nada dijo el rey en su discurso) no deseamos ni vemos necesario que se nos
pretenda “modelar” la opinión por parte de quiénes estarían mejor callados.
Pretender desconectar a los españoles de unos “detalles” que les importan un
bledo es, como diría Camilo José Cela,
como meneársela con goma higiénica.
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