Menos mal que la guerra de banderas no ha llegado a nuestro
litoral. Las banderas hay que respetarlas, sobre todo si se encuentran en las
playas. Ya saben, si son rojas, no meter ni el pie; si son amarillas, bañarse
con precaución, nunca de la mano de la suegra; y si son verdes, bañarse es
seguro siempre que no te atice en la cabeza un imbécil con un patín. Si es
azul, es señal de que se cumplen determinadas garantías ambientales, que lo
dudo. Yo hace tiempo que no voy a la playa. He descubierto que no trae cuenta.
Si acaso visto lugares pintorescos de Aragón, para llevar cámara, hacer fotos paisajísticas y regresar a
Zaragoza en el día, como recomiendan Joaquín
Carbonell y Roberto Miranda en
su libro “Aragón a la brasa”. Por
ejemplo, Sallent de Gállego, pueblo de Fermín Arrudi, al que no pudieron hacer alcalde porque no cabía en
el balcón para tirar el cohete durante las fiestas de la Virgen de las Nieves; Teruel, donde suena el
colibrí y el ruiseñor. Pueden pedirse catálogos turísticos, pero están en valenciano
Otra fauna no hay, salvo el torico; Morés, donde lo primero que pasó por allí
fue el Jalón, después el tren, más tarde no pasó nada; etcétera. Como dice el
baturro: “de lo que tenemos no nos falta de nada”. Donde no iré será al
Belchite en ruinas por si me cae encima un artesonado, ni a comer a Casa Gervasio, en Alquézar, no vaya a
ser que me tope con Gervasio Mata,
se aburra y me cuente al detalle cómo se comía a los quince años medio conejo
para almorzar. Uf, qué calor.
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