Don Antoni Nicolau
siempre estaba serio, como cabreado.
--Escolta, amic meu, en aquesta vida tot te truc. És que tu et creus el que diuen els capellans, els polñíticos o els
acamuelas?
Hombre, yo...
--¡Que equivocat
estàs!
--En algo habrá
que creer...
--Doncs tu
segueix per aquest camí i algun dia et recordaràs del que et dic.
Don Antoni
Nicolau tomaba baños de sol en la Barceloneta, fumaba en pipa y llevaba un bañador
de cuerpo entero a rayas azules y blancas que escondía debajo de un albornoz
color granate. Don Antoni Nicolau era caballero mutilado. En el frente de
Teruel le penetró una esquirla de metralla en los genitales y le dejó con un
sólo cojón, enucleado y fuera del escroto. Le hicieron un primer apaño en un
hospital de sangre que había en la retaguardia. Por aquellos días se comentaban
los métodos del doctor Trueta. Hubo nevadas intensas y congelaciones de
necrosis con mutilaciones, sobre todo en los dedos de los pies. A Nicolau le
operó el doctor Joaquín d’Harcourt Gott
en un vagón quirófano situado en la topera de una vía muerta de la estación
ferroviaria.
--Escolta, amb un
sol colló es pot vivor perfectament. Ja em veus a mi ...
--Sí, sí, ya veo.
Cerca de donde
ellos se encontraban había una pareja durmiendo bajo una sombrilla. Tenían un
pequeño transistor encendido y salían las ondas una canción de Julio Iglesias. Una golondrina navegaba
con turistas. Las olas producían un ruido monocorde que invitaba a la
somnolecia. Don Antoni Nicolau se despidió de mí y se marchó despacio camino de
un malecón. Noté que se apoderaba de mí la melancolía que siempre me embargaba
los finales de verano.
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