martes, 4 de julio de 2017

Isidro Aspariegos





A Isidro Aspariegos le gustaba mear en arco desde un ventanal que existía junto a los secaderos imperiales de la azucarera. Hasta que una mañana, cuando todavía no había amanecido del todo, le dio la orina en unos cables de electricidad, se acalambró y se le quedó la minga de la color de la carne de guayaba, hasta el punto de tener que dejar de trabajar  de cocedor en  las tachas durante las siguientes campañas remolacheras. Una vez jubilado anticipadamente, Isidro Aspariegos se dedicó a cuidar un huertecillo y un corral con gallinas de raza Sussex. Era muy madrugador. Cada mañana, si el tiempo acompañaba, desayunaba en la cocina un café y unos bizcochos de soletilla mientras escuchaba la voz de Perlita de Huelva. Isidro Aspariegos también montaba en bicicleta sentado en un cómodo sillín dadas las circunstancias, y después de desayunar y de liar un cigarro de ideales le aplicaba a su socarrada minga violeta de genciana y una pomada a base de aceite alcanforado. De paso, el cuerpo se lo untaba de sasafrás, que era un excelente repelente de mosquitos. Los días lluviosos aprovechaba para hacer chartreuse utilizando en las dosis adecuadas badiana, canela, clavo, azafrán, semillas de angélica, macis, melisa, menta, mejorana, nuez moscada y un buen alcohol de 90 grados, y todo ello lo maceraba durante diez días, al término de los cuales le añadía a esa maceración azúcar y agua. Lo hacía en dos tonalidades: verde y amarillo, que para gustos se hicieron los colores. Y el licor resultante lo guardaba en el interior de un casco de brandy Lepanto dentro en una vitrina en la que había, además de tazas de café y una botella de anís La Dolores, varios trofeos de tute habanero ganados en diversos concursos organizados por el bar Loroño, vinos y licores, especialidad en rabo de toro. Los jueves, cocido completo.

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