Jesús Mota, en un editorial de El
País, hace referencia al turismo invasivo que está “sufriendo” España e
irritando a los españoles, independientemente de que ese turismo deje
importantes ingresos al Estado. “Autoridades y propagandistas -señala Mota- han
descuidado mencionar que la adoración al turismo contribuye a perpetuar España
como una sociedad de camareros, proveedores de servicios y albañiles. También
durante décadas se ha minimizado, por no decir ocultado, que la identificación
del país con un gran bazar turístico, lleno de hoteles, bares, chiringuitos y
paellas de dudoso color, tiene costes”. (...) “Los turistas contribuyen a
colapsar el tráfico, obstruyen las infraestructuras, generan vandalismo en
según qué zonas del país (Magaluf, por ejemplo), ensucian las calles o las
playas, promueven alborotos de madrugada o ruidos insoportables, se comportan
frecuentemente con la urbanidad de un simio, encarecen los precios de los
productos y de los servicios allí donde se aposentan, deterioran los precios
urbanísticos y degradan la calidad inmobiliaria”. Si ese es el futuro de
España, cerremos los institutos de Secundaria (en algunas Comunidades ya se
“regalan” títulos a los educandos suspendidos), las Universidades y las pocas
fábricas que van quedando y pongamos a todos los españoles a hacer cursillos
acelerados de guardeses de fincas, para que puedan prestar servicios, también
vasallaje, a los europeos con más
posibles; o sea, a esos tipos rubios y acangrejados por el mismo sol sobre el
que los españoles pagamos un impuesto eléctrico, ¡hay que joderse!, que vienen
a nuestro país dos veces al año: en verano, para disfrutar de playa y de una
gastronomía superior a la de sus países y a unos precios que para ellos resultan
asequibles; y en invierno, para operarse de lo que sea, conocedores de antemano
de que esas intervenciones les salen gratis. Para algo ha tenido que servir en
la praxis aquel Tratado de Adhesión que
España firmó el 12 de junio de 1985. Hoy podemos “presumir”, y bien que lo
lamento, de que nuestro país se haya convertido en la puerta de entrada del
todo narcotráfico que llega a Europa; de una “Europa sin fronteras” (con la suscripción en 1991 del Acuerdo de Schengen) que nos ha traído a
toda la chusma de los países del Este; una firma del Tratado de Maastricht en1992 por el que perdimos soberanía;
etcétera. Hubo otros tratados: el de Ámsterdam
(1997), de Niza (2001), un fallido Tratado Constitucional
(2004), y de Lisboa (2009). Todo
ello, ¿para qué? Para que determinados políticos de segunda fila pudiesen
ocupar escaños muy bien retribuidos en las diferentes instituciones europeas y
unos pocos de ellos (Marcelino Oreja,
Pedro Solbes, Loyola de Palacio, Abel Matutes, Manuel Marín, Joaquín Almunia Miguel Arias Cañete...) diversas carteras
como comisarios europeos. Pero la realidad española es otra: hay muchos niños
que sólo pueden hacer una comida diaria, salarios de limosna, una tendencia
alarmante por parte del Gobierno de privatizar hospitales públicos, el
mantenimiento de unos acuerdos Iglesia-Estado (1979) a todas luces fuera de
lugar, una televisión pública vergonzosamente manejada a gusto de los
gobernantes como en los peores tiempos del franquismo, unas subidas de
pensiones del 0’25 por ciento anuales con la que sólo se puede comprar, a lo
sumo, un pares de calcetines por mes, etcétera. Arruinar a gran parte de la
ciudadanía a costa de un Estado no parece que sea la medida más ejemplar sino
un cartucho detonante. Y encima nos viene Montoro,
ese diletante provocador de que “hay que dejar zanahorias para el final de la
legislatura” en lo referente a bajadas de impuestos. Como señalaba Julián Ballestero (La Gaceta de Salamanca, 21/06/17): “Una cosa es
la práctica, habitual en democracia, de engañar al sufrido contribuyente
bajándole los impuestos cuando tiene que votar y subiéndoselos al día siguiente
de formar gobierno, y otra cosa es reconocer en público esa malévola estrategia
de la zanahoria, que tanto cabrea a los ciudadanos. En ese sentido, el titular
de Hacienda nunca defrauda (ya sería grave si lo hiciera). Lo mismo te anuncia
una subida de impuestos mientras se parte de la risa que te ilustra, con sus
oportunos símiles de hortaliza, la estrategia gubernamental de aflojar el
cinturón justo antes de llegar a las urnas para que les voten, y acto seguido
arrear con el palo a los ahorros del ciudadano en cuanto el partido se aúpa al
poder”. No es esto, no es esto.
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