En Zaragoza el Ayuntamiento entonces presidido por Juan Alberto Belloch decidió sacar a los vendedores
del mercadillo de la zona de La
Romareda y trasladarlos a las cercanías del estadio Príncipe Felipe”. Pero como los
vendedores ambulantes no estaban muy conformes con aquella decisión, reclamaron otro espacio para
colocar sus tenderetes los miércoles y domingos. Y el Ayuntamiento, como el que se quita las pulgas de encima, los fue
apartando de la ciudad y los ubicó en una explanada próxima a la Estación de Adif, cerca de lo que queda de una Expo que está sin terminar de pagar. Y
allí permanecen haga frío o calor. En Sevilla pasó algo parecido. El Charco de la Pava ocupa hoy el espacio que fue destinado a
aparcamientos durante la Exposición Universal de 1992. Y
allí, como aquí, cientos de vendedores ambulantes legalizados, según los
papeles que enseñan plastificados, y que ofrecen todo tipo de productos de forma legal se
mezclan con la piratería, la venta ilegal de pajarillos y tortugas, móviles,
viejos discos de vinilo rayados, juguetes de hojalata con la cuerda rota, relojes que no funcionan correctamente, estatuillas horrorosas, palmatorias afanadas al descuido en alguna sacristía y todo tipo de
adminículos de dudosa procedencia. En Zaragoza, como en Sevilla, “personas de
etnia gitana e inmigrantes rumanos (separados entre sí por mutuo acuerdo)
ofrecen sus productos al mejor postor. Lo que unos consideran basura, para
otros puede ser un tesoro”, como dejó señalado y plasmado el fotógrafo Juan Carlos Monroy, autor de diversos
reportajes donde casi siempre fija su objetivo en costumbres lugareñas (la Semana Santa en León;
las aguaderas de Zamarramala (Segovia), el mercado de ganado de Rabanal del
Camino (León), la “manifestación laica” en Madrid el 17 de agosto de 2011 como
contrapartida a la Jornada Mundial de la Juventud, etcétera; y, cómo no, en la denuncia gráfica de temas
sociales de difícil acomodo: los sin techo, la manera que tiene algunos
desheredados de la fortuna de buscarse la vida en Madrid, los traperos de la Plaza de Castilla, el
movimiento social del 15-M en la
Puerta del Sol, las manifestaciones en Chueca del Orgullo Gay, los trapicheos, como decía,
en el Charco de la Pava y otras situaciones
derivadas de la crisis económica que fuerza a los ciudadanos más desfavorecidos
a “buscarse la vida” del modo que Dios les dio a entender. Son las dos caras
del mismo espejo. “El centro de Madrid -y
así lo escribe y plasma con su objetivo Monroy- se llena de los personajes de
los dibujos animados de la televisión que buscan llamar la atención de los
niños y el bolsillo de los padres; los cruces con semáforo invitan a escuchar
las improvisaciones de músicos callejeros y vendedores de lotería
‘alternativos’ tratan de rascar algo más que suerte a la misma que ellos venden
a los transeúntes”. Es, en resumidas cuentas, la caricatura en carne viva de
una España que no figura en los organigramas de Rajoy ni en sus programas de Gobierno, que se intenta tapar como si
fueran sus vergüenzas pero que está presente en cada explanada de suburbio, en
los semáforos de las calles más céntricas, en la música callejera y debajo de
los puentes.
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