Cuando murió Manuel
Martín Ferrand, ahora va a hacer 3 años, Jaime García escribió un suelto en su memoria, que apareció al día
siguiente, sábado 31 de agosto, en el diario ABC, donde contaba que “era
un maestro capaz de gastarse mil euros en invitar a cenar a un discípulo y
amigo, dándole, a los postres una penúltima lección de historia gastronómica,
que también era una lección de historia, periodismo y amistad”. El artículo es
entrañable, como lo son todos los elogios funerales, pero el final de aquella
columna lo decía todo a su favor: “Manolo Martín Ferrand, un respeto, oigan. Un
Señor”. Esa, a mi entender, fue la frase más acertada entre todas las que leí
aquel día de agosto de 2013 en ABC,
que fueron muchas. Pero, de entre todos aquellos elogios, algunos glosados por
rimbombantes firmas orladas de tipos que parece que no hubiesen tenido nunca
abuela y que le pusieron en vida bastantes zancadillas, me quedo con una sencilla “carta
al director” de Andrés Ortega Monge,
de Madrid. Cuenta Ortega: “ Querido amigo Manolo: Estábamos en 1959, ambos
matriculados en el Selectivo de Ciencias, obligatorio para acceder a cualquier
carrera de esa rama universitaria, y por mera coincidencia –nuestros apellidos
nos unían en las clases prácticas- iniciamos una relación amistosa hasta que,
por fin, lograste estudiar lo que realmente era tu vocación: el periodismo.
Estabas matriculado en ese curso, porque al ser nieto del doctor Ferrand, descubridor de la vacuna contra el cólera y otras
muchas cosas que están en cualquier tratado de medicina, y ser tu padre también
médico, tú ‘deberías’ continuar la tradición familiar. Pero no era esa tu
vocación. Tú no querías ser médico, pese a la carga de historia de tu segundo
apellido, pero entonces éramos muy obedientes
a nuestros mayores, y seguiste haciendo aquello que te mandaban. No
obstante, rompías esa disciplina, mandando artículos a un concurso de redacción
que tenía ‘El Alcázar’ de entonces, y
ganaste el premio semanal, y luego el mensual, mínimamente retribuido. Hasta
que un día, todavía en primero de Medicina, me confiaste un secreto. Sin que
nadie, y menos tu familia, lo supiese, te presentaste a los exámenes de ingreso
en la Escuela
de Periodismo que dirigía Emilio Romero.
Orgullosamente, y con razón, me relataste el examen de ingreso. El tema de
redacción que os pusieron fue ‘el pan’.
Según me dijiste, te sentiste frustrado, pues esperabas algo de más enjundia y
del nivel de tu capacidad de redacción. Tu réplica fue una redacción de tres
folios con el título: ‘La galleta: la
aristocracia del pan’, con tanto éxito que llamó la atención del tribunal
de examen, y te aprobaron con el número uno”. La carta es más extensa, pero lo
dejo ahí. Sólo, por terminar, selecciono algo que escribió sobre él Ángel Expósito: “Era una de esas frases
que Manuel Martín Ferrand decía con frecuencia y el maestro Fermín Boscos pone en su boca: ‘En este
mundo del periodismo, si no lo conozco yo…no es nadie’. Y tenía razón “.
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