Lo peor que
puede ocurrirle a un escritor es
que su trabajo lo modifique el “corrector de textos”. Suelo poner como ejemplo
la conjunción ilativa “conque”, que
el “corrector” se empecina en separar “con” y “que”, cuando en realidad tiene
utilidad para dos cosas: enunciar una consecuencia natural de lo que acaba de
decirse; e introducir una frase exclamativa que expresa sorpresa o censura. Leo
que Cuadernos Rubio avisa de las 20
faltas ortográficas más comunes en las redes sociales, verbigracia: ausencia de
tildes en los pronombres exclamativos e interrogativos, confusión entre “a ver”
y “haber”, la mala colocación de las comas en los escritos, la diferencia entre
“¡ay!”, “ahí” y “hay”, etcétera. A mi entender, se entendería mejor la Ortografía si se
ejercitase más la lectura de nuestros clásicos. No descubro nada nuevo ni pretendo
ser el maestro Ciruela si afirmo que no es lo mismo “dónde”, “adónde”, “adonde”
y a donde”; “aún” y “aun”; “por qué”, “por que”, “porque” y “porqué”; “con
qué”, “con que” y conque; etcétera. Lo que para algunos sólo es “cuestión de
matices”, lo cierto es que aplicando incorrectamente tales partículas se cambia
el sentido de una frase, y el idioma sirve para entendernos. Por ejemplo: “dónde”
sirve para preguntar por un lugar; “adónde” se emplea cuando el verbo necesita
la preposición “a”, por ser un verbo de movimiento; “adonde” sin acento se usa
cuando en la oración existe el antecedente, o sea, la palabra a la que se
refiere el relativo; “a donde” se usa sólo si ya existe antecedente. Y así
todo. Conservo varios libros de estilo: de ABC,
de El País, otro que me regaló CEDRO
escrito por Paloma González Sánchez…
Todos ellos muy interesantes y que me han servido de gran ayuda. Pero si algo
echo en falta son aquellos artículos de Fernando
Lázaro Carreter, “El dardo en la
palabra”, donde Lázaro analizaba muchos vulgarismos y restañaba heridas del idioma. En su artículo “…y un largo etcétera”. Lázaro se
preguntaba en qué laboratorio nació tal estupidez: “Es lo desesperante de los
cohetes idiomáticos: pujan a nuestro lado, y nadie sabe, al verlos, quien los
ha lanzado. Ahí quedó la nueva criatura: como recién nacida, expuesta a un
incierto destino”. ¿Cuánto de largo es ese etcétera? Nunca lo sabremos.
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