En el romance anónimo “La
muerte de don Beltrán” puede leerse: “Este caballero, amigo, / muerto está
en aquel pradal. / Las piernas tiene en el agua / y el cuerpo en el arenal; /
siete lanzadas tenía / desde el hombro al calcañal / y otras tantas su caballo
/ desde la cincha al pretal “. Por estos pagos, la polvareda de los cascos de
los caballos no nos permite ver el campo abierto donde se presenta batalla, si
es que alguien presenta batalla, que no lo parece. Y entre tanta polvareda,
desapareció don Beltrán. Dicen por ahí que los responsables de un
partido hablan con los responsables de otro y que se ha gripado la máquina. Sin
programa de por medio que les una en lo esencial, poco puede concretarse a la hora
de hacer pactos. Rajoy calla y
espera, Sánchez ha dicho “no”, y Rivera expresa hoy “digo” donde ayer
dijera “Diego”. En esa torre de babel donde Iglesias pretendió tocar el cielo
con la mano con su sorpasso al PSOE,
todo se ha trocado en confusión y desencuentro. La aritmética es implacable,
los números no salen ni para las izquierdas ni para las derechas y, por si ello
fuera poco, Rajoy pretende cambiar las reglas de juego a mitad de la partida. Alfonso Guerra remarca que hay que
entenderse, Felipe González señala
desde el otro lado del Atlántico que hay que dejar que gobierne Rajoy “aunque
no se lo merezca”, y Susana Díaz,
esa Niña de Puerta Oscura, abre las
ventanas del Palacio de San Telmo para que ventile: Limoná… / En medio del
limoná, / limoná… / De conchas y caracolas / le tengo que hasé a mi Lola / una
casa de coral… Entre esta calor sofocante que nos deja sin defensas a los
ciudadanos y ese túnel de oscuridad donde se encuentran agazapados los pastores
de lobos, de nada sirve que nos tintemos la camiseta con violeta de genciana,
como hacen los de Podemos, o que encorramos a trallazos a los sansirolés
verriondos de uno y otro bando por ver cómo se amansan y cabriolean la jota
mandilona. Habrá unas terceras elecciones, aunque se hunda el Aifos en la fosa de las Marianas.
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