martes, 9 de mayo de 2023

Pavana para una infanta difunta

 



Perdone el lector que tome el título de una pieza de Maurice Ravel compuesta en 1899 y dedicada a la Princesa Polignac. Es bien conocido el “Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo”, de Gregorio Marañón. En el prólogo a la segunda edición, Marañón, al referirse a ese rey castellano señala que “cada día me parece más claro que don Enrique IV fue menos impotente de lo que dicen; que su mujer doña Juana fue mucho más buena de lo que nos cuentan los libros; que la Beltraneja no fue hija del necio don Beltrán, sino, quizá, del Rey, que, como todos los cojos, no dejaba de andar, cuando podía, aunque tropezando”. Y de la exhumación de ese rey existe acta fechada en el Monasterio de Guadalupe en la noche del diecinueve de octubre de mil novecientos cuarenta y seis. Pues bien, ahora se ha publicado en la revista Genealogy el análisis de los restos de la infanta Leonor de Castilla, hija de Alfonso X el Sabio y Violante de Aragón, fallecida en 1275 en torno a los 19 años de edad, y a la que se la practicó un  análisis antropológico en 2014 por el profesor Juan Francisco Pastor Vázquez, del Departamento de Anatomía de la Facultad de Medicina de Valladolid. No se sabe a ciencia cierta de qué murió la infanta, pero se supone que pudo ser por un episodio de disentería o de una bronconeumonía, ya que ambas enfermedades no dejan marca en los huesos. Dicho estudio fue por una petición de la Junta de Castilla y León. Según se desprende de esos análisis, la infanta era de tez clara, pelo negro y ojos verdes. Sus restos se hallan en un sarcófago en el Monasterio de Santo Domingo de Caleruega (Burgos) del siglo XII, lugar de nacimiento de santo Domingo de Guzmán, habitado por monjas de clausura dominicas y que va a ser restaurado. Ese Monasterio estuvo precedido por otro, Santa María de Castro, hasta el año 1200 existente en San Esteban de Gormaz (Soria) habitada por monjas agustinas; y que, a partir de 1218 vistieron el hábito de monjas dominicas. Tras la muerte de santo Domingo de Guzmán, en 1266 Alfonso X otorgó a esas monjas un privilegio rodado, llamado así por la rueda que en el centro tiene las armas reales y el nombre del rey, y en otro círculo más ancho el nombre de su mayordomo mayor y de los infantes. Dos años más tarde, en 1268, la comunidad de religiosas y su priora, Toda Martínez, se trasladaron a Caleruega, al llamado Palacio de los Guzmanes, al que se le añadió una iglesia de estilo gótico. También, con aquel otorgamiento (privilegio rodado) se les concedió a las monjas el dominio del Señorío de Caleruega, con lo que los derechos tributarios y los deberes de gobierno recaían en la priora. Y en ese monasterio, como decía, se encuentran los restos de la infanta Leonor desde su muerte. Parece ser que en 1933 el sarcófago de la infanta fue abierto y dejaron los huesos mal colocados en una caja más pequeña. En el último informe antropológico de sus restos en 2014, como digo, se hizo un inventario de los huesos hallados. Había unas partes esqueletizadas y otras momificadas de forma natural. Un análisis de su piel determinó que al morir le habían puesto un ungüento en cara y manos  a base de sulfuro de plata para su conservación. Parece ser que cuando Leonor murió se encontraba de viaje con su padre. Ella y su madre se quedaron en el Pirineo francés. Avisaron a su padre que su hija había muerto y decidieron su traslado a Caleruega, lo que suponía varios días de viaje. De ahí que, para su conservación durante el trayecto, la untasen con sulfuro de plata.

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