sábado, 6 de mayo de 2023

El museo de la muerte

 


Leo en La Opinión, de Zamora, que comienzan las obras para abrir el Museo de la Memoria de Ribadelago por la empresa Meraki de La Coruña. Lo que sucedió en Ribadelago (Riballagu en sanabrés) después de la tragedia fue la historia de una vergüenza. En la madrugada del 9 de enero de 1959 reventó el contrafuerte de la presa de Vega del Tera, cerca de Sanabria, y sus aguas desbordadas se llevaron por delante la vida de 144 personas de una población de 532 vecinos. Hubo momentos críticos, donde se mezclaban los gritos de la gente con los bramidos de cientos de animales atrapados dentro de las cuadras. Pasaba 24 minutos de las doce de la noche cuando se escuchó un gran estruendo. Era el sonido de la presa reventada. El agua torrencial llegó a alcanzar la cota de cinco metros de altura a su paso por el pueblo. Bajo el lodo  del lago de Sanabria todavía permanecen a día de hoy los restos de 116 vecinos. Solo dos años antes, Franco había inaugurado la presa y la hidroeléctrica que gestionaba  Moncabril. Aquella inauguración fue contada en el NO-DO, donde se hacia un elogio de las turbinas y de los beneficios que a futuro la zona iba a tener. Había demasiada prisa por llevar a cabo esa inauguración, aún a sabiendas de que la presa tenía fisuras, Fue un disparate. La Audiencia de Zamora juzgó a los directivos de Moncabril y les condenó a un año de cárcel menor por imprudencia temeraria, por lo que ninguno entró en prisión. Los ingenieros fueron indultados. En los días siguientes a la catástrofe, los americanos enviaron botes con leche en polvo, queso y mantequilla (salados y de color amarillo), mantas y tiendas de campaña. Franco no apareció por el pueblo para dar sus condolencias y la prensa amaestrada de entonces intentó minimizar el suceso.  Se hizo un poblado 500 metros más arriba que se llamó Ribadelago de Franco, nombre que perduró hasta 2018, por la aplicación de la Ley de Memoria Democrática. A partir de entonces se llamó Ribadelago Nuevo. Algunos ancianos del lugar dijeron que “allí se repartió mucho dinero en donaciones,  pero ese dinero no llegó al pueblo”. Las indemnizaciones fueron ridículas: 90.000 pesetas por varón fallecido o desaparecido, 60.000 por mujer y 25.000 por niño. Hoy, los pocos visitantes se paran contemplar una estatua de bronce representada por una madre con su hijo y los nombres de los vecinos muertos. La realidad es que ya no se hacen exequias por las víctimas ni hay nacimientos desde hace muchos años. Ribadelago Nuevo, o como quieran llamarle mañana, forma parte de la “España vaciada”, en este caso nunca mejor dicho. Por ese triste paraje donde no quedan ni las ratas ya no se escucha ni el ladrido de los perros. Lo del museo sobre la tragedia previsto llega tarde y mal. De llevarse a cabo, ¿quién irá a visitarlo?

No hay comentarios: