viernes, 5 de mayo de 2023

La inquietud de Petro

 


No me viene a la cabeza nada más inquietante que  aquella lucecita tenue que, según decían, permanecía encendida día y noche en el despacho de Franco del Palacio de El Pardo. La luz perenne sólo la he podido ver en las capillitas en las que estaba expuesto el Santísimo. Hasta que llegó un día, al menos en los templos que yo recuerdo, se fueron suprimiendo  aquellas peligrosas lamparillas de aceite por bombillas eléctricas de bajo voltaje. Supongo que sería porque necesitaban menos mantenimiento al suprimir la figura del sacristán y por evitar peligros de incendio. Pero el caso de la lucecita perenne en el despacho de Franco se me antoja un misterio. Sería, supongo, para recordar a los españoles que el adalid que nos regía con brazo tembloroso por los efectos de Párkínson no tenía deterioro cognitivo, ni trastornos del sueño, ni dolor, ni pérdida de equilibrio, y que siempre estaba alerta como un centinela en su garita. El que sí ha confesado haber tenido trastornos del sueño y pesadillas es el  presidente de Colombia, Gustavo Petro, durante su estancia en Madrid y tras haber pernoctado tres días en El Pardo, como confesó ayer en un desayuno informativo  organizado por Nueva Economía Fórum. Pero nunca se sabrá a ciencia cierta a qué se han debido tales pesadillas. Acaso sea por haberle sentado mal la cena de gala en el Palacio Real del pasado miércoles, donde se negó a llevar frac pero no a montar en el Rolls, o al encuentro del día siguiente, o sea, ayer, con el presidente Sánchez. Hoy viernes, Gustavo Petro tiene previsto visitar Salamanca. Ya veremos qué pasa si le colocan una capa charra, ¡con el calor que hace estos días!, y después le enseñan, si es que se lo enseñan, el Palacio de Anaya y, después, la rana (ahora afirman que es un sapo) sentada sobre la calavera existente en la esplendorosa fachada plateresca de la Universidad. Como decía Miguel de Unamuno a los estudiantes: “Lo malo no es que vean la rana, sino que no vean más que la rana”. Y no digamos nada si al ilustre colombiano le acercan hasta el Palacio de san Boal y le cuentan la historia truculenta que Pepe Berdú describió de forma magistral en La Vanguardia (20/03/2021). Decía el periodista que la protagonizó la propietaria del palacio, María Manuela de Moctezuma, marquesa de Arlanza, el día de su muerte, a finales del siglo XVIII. Contaba el periodista: “Después de muchas horas de desgarrador velatorio, los familiares se habían retirado a sus estancias para descansar un poco antes de las exequias. Un sacristán de la vecina iglesia de san Boal custodiaba el cadáver en solitario. El religioso reparó en un anillo que brillaba en una mano de la difunta, refulgía, casi le susurraba que lo tomase... Ni corto ni perezoso, el sacristán se encaramó sobre el féretro y empezó a estirar del anillo, cuando la marquesa dio un grito de dolor y se incorporó. Imaginen la zapatiesta. Familiares y criados acudieron alarmados, y encontraron a la difunta vivita y coleando —resultó ser cataléptica—, y al sacristán saqueador, desmayado en el suelo, con un susto de los que quitan algo más que el hipo”. Si pasa Petro por ese cáliz, seguro que dará un telele.

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