viernes, 26 de mayo de 2023

Hay que abrir el ventanuco

 


La presa señala la confirmación de Sofía, segunda hija de Felipe VI, en una parroquia de Aravaca, como si ello importase de alguna manera al conjunto de los  ciudadanos que conforman un Estado no confesional, caso de España. La confirmación de la segunda hija del rey es un acto privado que solo concierne a ella y a su familia. Con ese acto solo se demuestra que la Familia Real es católica practicante, algo que debe respetarse en unos tiempos, los actuales, en los que la Iglesia Católica está perdiendo fuelle y la ciudadanía se ha ido alejando de los templos a pesar de que el Estado continúa manteniendo, inexplicablemente, una relación de privilegio que quedó plasmada y sellada en el concordato suscrito con la Santa Sede de 1979. El monarca goza de ciertos privilegios, como la inviolabilidad y no estar sujeto a responsabilidad; y la Monarquía, el hecho de ser hereditaria. Como contrapartida a esos extraordinarios privilegios, tanto la Familia Real como la Casa Real  (instituciones diferentes) también deben ser extraordinariamente transparentes, cosa que no sucede, al no estar sujeta a la Ley de Transparencia. Se da la paradoja de que en la Casa Real, quienes trabajan en ella reciben un salario público, pero no ocupan un cargo público, ya que todo el personal puede ser nombrado y separado libremente por el rey sin estar obligado a cumplir los principios de publicidad, mérito y capacidad como sucede en la Administración Pública. Por otro lado, resulta farragoso, casi imposible, conocer el coste global de la Casa Real, porque, además de la asignación anual que recibe directamente de los presupuestos generales del Estado, buena parte del gasto se reparte entre distintas partidas de los diferentes Ministerios. No se puede ni se debe ser solo selectivo en transparencia de cosas tan nimias como una confirmación; o sea, un sacramento por el que los bautizados se integran de lleno como miembros de la Iglesia. La transparencia de la Monarquía debe estar relacionada con todo aquello que a los españoles,  acribillados  a impuestos, nos interesa de verdad. Si los españoles hubiésemos conocido esa transparencia cristalina a la que hago referencia, posiblemente se hubiesen evitado ciertas situaciones embarazosas y poco éticas del sucesor de Franco que aquí, inexplicablemente y sin saber por qué motivo, se siguen destapando con cuentagotas. La prensa, cobarde y vasalla hasta la grosería y que presumía de ser independiente, nunca contó lo que sabía. Se produjo un pacto de silencio durante demasiado tiempo. Solo las grabaciones del comisario Vallejo consiguieron que entrase un tenue rayo de luz por la tronera. Tras la abdicación  del anterior jefe del Estado,  cierto sector de la prensa y un buen puñado de escritores abrieron la caja de Pandora y se pusieron a investigar la verdad de lo que ocurrió realmente el 23F, entre otros asuntos espinosos para el Emérito y que se consideran “secretos de Estado”, lo que significa que permanecerán sellados bajo siete llaves al menos los próximos 50 años. Entonces se sabrán cosas enigmáticas, cuando ya solo interesen a los historiadores.

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