martes, 16 de mayo de 2023

Los nuevos hidalgos

 

Son muchos los pueblos que, por aquello de la fiesta de san Isidro Labrador, han procesionado al santo madrileño por sus calles y han hecho rogativas pidiendo agua de lluvia. La sequía persistente amenaza con llevarse por delante las cosechas. Lo malo del campo es que está a la intemperie y cuando de llover no está de nada sirve hisopear  vegas y páramos en los que el cereal se planta por si ese año suena la flauta y hay suerte con la lluvia. En el cereal de secano (trigo y cebada) se estiman pérdidas cercanas a los cuatro millones de euros. Otras cosechas, como las de vid, olivares y arroz conllevarán el cierre de explotaciones agrarias y el aumento de precio en los mercados. Algo parecido está aconteciendo con las ganaderías. Al no haber pastos, los ganaderos se están viendo obligados a recurrir al pienso, que ha duplicado su precio. En suma, parece que nos hubiese mirado el tuerto. Personalmente no creo que el hecho de procesionar al santo tenga algo que ver con la meteorología. Tampoco comprendo que se realicen a día de hoy dichas prácticas hechiceras. No podemos retrotraernos en el tiempo, o sea, a la España en el siglo XVIII, durante la Ilustración, cuando Feijoo (Benito Jerónimo, benedictino, ensayista y polígrafo autor de los cinco tomos de las “Cartas eruditas, que aclarado queda para no relacionarlo con un gallego demagogo con acento en la primera 'O' que no sabe por dónde le sopla el viento) que ya en 1729 se burlaba de falsas creencias arraigadas en ente país. Aquella situación se comprende por el atraso cultural en una población de 10 millones de habitantes, de los que casi un millón eran hidalgos, había 150.000  eclesiásticos y un analfabetismo que rondaba el 70%. No hay que olvidar, tampoco, que con la llegada del primer Borbón a España (Felipe V) el objetivo de la Corona fue conseguir la completa subordinación de la nobleza a sus designios. Y ese pequeño grupo hasta entonces privilegiado, el de hidalgos, que por linaje pertenecían al estamento inferior a la nobleza, temió verse desposeído de ciertos privilegios. Ahora está sucediendo algo chocante: agricultores y ganaderos “culpan” al Gobierno de sus desventuras.  Si llueve porque llueve, si hace calor porque hace calor,… Ambos, agricultores y ganaderos, exigen indemnizaciones del Estado por malas cosechas, como si fuesen hidalgos diciochescos a los que se les hubiese privado de ciertos privilegios. Ya no se sabe si es peor la pertinaz sequía o la obstinada tozudez de una parte extensa del sector primario, de aquellos que obtienen materias primas del medio natural. Señalaba Eduardo Bayona (Público, 12/01/20) que “en España hay dos labradores de salón, casi tres según  algunos cálculos, por cada agricultor que realmente se dedica a cultivar la tierra o criar ganado: los primeros son más de 650.000 mientras los segundos no llegan a 250.000, según indica un informe de UPTA (Unión de Profesionales y Trabajadores Autónomos) sobre el rendimiento económico de las actividades profesionales de los autónomos. Básicamente, propietarios de tierras y de zonas de pasto que no explotan pero cuya titularidad les permite desde hace casi dos décadas llevarse una parte importante de los alrededor de 4.000 millones de euros de la PAC (Política Agraria Comunitaria) que la UE reparte en España a través de los llamados ‘derechos históricos’. El Gobierno español y las comunidades autónomas acordaron hace unos meses defender en Bruselas la eliminación de esos derechos, establecidos en 2003, calculados a partir de la producción que tuvieron las explotaciones entre 2000 y 2002 y que, desde entonces, la UE se los paga al titular, con independencia de que en esas tierras se produzca o no algo, de que lleven años en barbecho o de que se hayan convertido en cotos de caza”. Son los llamados “labradores de sofá”, los “nuevos hidalgos” que anteponen su blasón a su trabajo. Lo malo vendrá el día que esos “nuevos hidalgos” no guarden ni un mendrugo de pan en su alacena. Porque el Estado no puede convertirse en el Lazarillo que mendigue por las calles para ellos. Si no les gusta cultivar la tierra o criar ganado, que cambien de oficio. El cambio climático es un hecho incontrovertible cuyas consecuencias todavía desconocemos.

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