miércoles, 26 de junio de 2024

Coplas de ciego

 


Hoy, san Pelayo, dos noticias aparecen en la primera página de los diarios: el acuerdo PP-PSOE para renovar el CGPJ tras cinco años de una situación anómala; y la detención de “El Yoyas”, fugado tras ser condenado por maltrato familiar dos años antes. No cabe duda de que san Pelayo ha obrado el “milagro” de que Bolaños y González Pons hayan llegado a entenderse. Lo de la detención de “El Yoyas” es distinto.  Por decirlo de alguna manera, ”El Yoyas”  es como una versión moderna (salvando las diferencias) del culebrón de  “El Lute”, que bien podría servir de argumento a las coplas de ciego contadas romanceadas al son de un violín desafinado, y donde la gente hacía corro cuando el actor decía aquello de “hombres, mujeres y niños,/ mendigos y caballeros,/ paisanos y militares,/ carcamales y mancebos./ El que ya no peine canas/ porque se quedó sin pelo,/ y el que el tupé se compone/ con bandolina y ungüento…”, como relataba  Francisco García Pavón al referirse a José María Cañas, conocido como  Carrañaca, “un ciego de muy mal genio que en 1915 pedía limosna de puerta en puerta por los pueblones manchegos, y a quien no le daba, o le daba poco, le echaba unas regañinas que para qué”. A san Pelayo, por cierto, también se le podría hacer una copla de ciego por haber sido martirizado a los 13 años por desmembramiento mediante tenazas y sus restos arrojados al Guadalquivir, más tarde encontrados,  recogidos por cristianos de Córdoba y enterrados en el cementerio de san Ginés, salvo su cabeza que se llevó al camposanto de san Cipriano. Luego, no sé cuándo, lo que quedaba de aquellos restos humanos del niño gallego fueron trasladados a un monasterio de León, y con posterioridad a Oviedo, a otro monasterio de monjas benedictinas. Uno de los huesos de un brazo se llevó a Santiago de Compostela y se venera en un monasterio de monjas de la misma orden de clausura. Vamos, que los restos de aquel niño mártir viajaron más que el baúl de la Piquer, una mujer que cantaba historias desgarradas  con la fuerza narrativa de las coplas; esas “mini- óperas” que compuso  Manuel Penella Moreno tras haberla escuchado cantar en el teatro del Huerto de Sogueros, en el valenciano barrio de El Carmen. Dicen que cuando un organismo se queda sin sangre su corazón deja de latir. Es como cuando  una cafetera se queda sin agua hirviendo o una locomotora sin vapor que empuje las tabas de las bielas. Aquí lo dejo. Niño, déjame pasar.

 

No hay comentarios: