lunes, 3 de junio de 2024

Dos casos de mala suerte

 

 

 

Hay asuntos tenebrosos que traspasan los límites de la cordura, como fue el caso de Santos González Roncal, un agricultor de Mallén nacido en 1873, el mismo año de la abdicación de Amadeo I y de la consiguiente proclamación de la I República, héroe en África, en Cuba y en Filipinas, donde ocupó la iglesia de Baler el 27 de junio de 1898 junto a otros 32 compañeros, los que más tarde serían conocidos como “los últimos de Filipinas”, y que murió fusilado por un grupo formado por falangistas y guardias civiles al comienzo de la guerra civil. O el caso de mala suerte relatado en“Mazurca para dos muertos”, (pocas líneas arriba de donde se elogia a los chorizos de Ádega, los que se tragaba enteros sin el cordel el difunto Cidrán) donde Camilo José Cela describe que un cura gallego, “don Mariano Vilobal (...) murió a poco de comenzar la guerra. Se subió al campanario a arreglar la campana, se le fue un pie y se partió la nuca contra las sepulturas del atrio”. Es posible, no lo sé, que don Mariano llevara aquel malhadado día suelas de cuero, a las que por estos pagos llaman ”de material”. La experiencia me dice que dan más sustos que las suelas de goma, porque se deslizan peligrosamente en el parqué y en  los suelos poco ásperos. Parece ser que a mosén Mariano se le paró el reloj de pulsera a las cuatro y trece, o "a los trece", que dijera un  ferroviario. A Santos González Roncal, es decir, al último de Filipinas, le acertaron con uno de los disparos de mosquetón en el centro de la esfera del peluco que llevaba en un bolsillo de su chaleco de pana. Saltaron las saetas y lo que quedaba de reloj quedó bailando de forma pendular fuera de su sitio al tiempo de que  se desplomase entre aves de corral, que huyeron despavoridas. Don Mariano Vilobal quedó en el atrio  con las pupilas dilatadas y los ojos abiertos como platos.





 

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