martes, 18 de junio de 2024

Las mallas de don Guillermo

 

 


Leo que las botellas de vino de ‘Marqués de Riscal Reserva’ (2020) que se elaboran en Elciego (Álava) dejarán de llevar la malla de latón que las distinguía y dispondrán de una etiqueta renovada, por cumplir los objetivos en materia medioambiental. Guillermo Hurtado de Amézaga, al llegar de Francia, recibió (en 1858) de su hermana Marceliana unas posesiones en Elciego con una importante producción vinícola. Envió desde Burdeos, donde residía, 9.000 plantas de vid de variedades que no existían en la zona por aquel entonces, y con la ayuda del enólogo Jean Pineau comenzó su próspera aventura. La malla de latón llegó más tarde, en el primer tercio del siglo XX, en evitación de falsificaciones. Pero Fernando A. de Terry Carrera (fundador de la bodega en 1883) también utilizó una malla de seda para sus botellas de brandy. Aquellas mallas fueron confeccionadas por mujeres para ganar un dinero extra y no tener que hacer faenas de servicio doméstico. Se elaboraban manualmente con hilos de seda, una aguja lanzadera, un clavo que hacia la función de mallero y con la medida de un billete de tren de la época, ya que con él se podían tejer los nudos de los tres tamaños de botellas que entonces estaban en el mercado. Según refería una de aquellas trabajadoras en el blog “Gente del Puerto”, Soledad Peña Mesa, “el hilo se enganchaba en una anilla y ésta a su vez en el respaldo de una silla, para poder trabajarlo  cómodamente. Una vez finalizada la faena, se llevaban a la casa familiar de las hermanas Terry, que se encargaban, tanto de de entregar la seda para las labores como de recibirlas las redes y probarlas en las botellas. Había que entregar al peso la misma cantidad en mallas,  cabos y pelusas que la recibida en seda. Tras las comprobaciones, se hacía entrega de un  recibo con el que había que personarse en las oficinas de Bodegas Terry. Los días de cobro eran los lunes”. Hubo mallas de varios colores: amarilla para brandy ‘Centenario’; verde para brandy ‘Competidor’; blanca para ‘brandy V.O.’; y rojas y amarillas para brandy ‘Terry viejo 1º’. Lo más asombroso era que cada color lo pagaban a un precio diferente (entre 1,50 y 2,50 cada docena de mangas), con la peregrina idea de que aquellos brandis tenían diferentes precios y las mallas formaban parte del producto terminado, aunque el trabajo de hacerlas fuese el mismo. En 1905 se desató una gran hambruna en toda Andalucía y en El Puerto de Santa María llegó a ser espantosa. Un día, Josefa del Cuvillo Sancho hizo una malla de seda amarilla para cubrir una botella de brandy (entonces se decía coñac). Se la enseñó a su marido, Fernando de Terry, cuando éste llegó a comer y a él gustó la idea. Desde entonces, se las dieron a confeccionar a las mujeres de esa ciudad gaditana para paliar de alguna forma la miseria existente por diversas causas, entre ellas la persistente sequía, paros obreros, riadas no deseadas y la falta de regadíos, a los que se añadieron enfermedades endémicas como la tuberculosis y la hepatitis. Tanto fue así que, en Sevilla, el arzobispo Spínola salió dos días a pedir limosnas por el mercado de abastos de La Encarnación, como dejó escrito Santiago Montoto en las páginas de ABC. Existen en las hemerotecas, también, crónicas dramáticas de Azorín a ese respecto en el diario madrileño El Imparcial.

 

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