Leo que las botellas de vino de ‘Marqués de Riscal Reserva’ (2020) que se elaboran en Elciego
(Álava) dejarán de llevar la malla de latón que las distinguía y dispondrán de una etiqueta
renovada, por cumplir los objetivos en materia medioambiental. Guillermo Hurtado de Amézaga, al llegar
de Francia, recibió (en 1858) de su hermana Marceliana unas posesiones en Elciego con una importante producción
vinícola. Envió desde Burdeos, donde residía, 9.000 plantas de vid de
variedades que no existían en la zona por aquel entonces, y con la ayuda del
enólogo Jean Pineau comenzó su
próspera aventura. La malla de latón llegó más tarde, en el primer tercio del
siglo XX, en evitación de falsificaciones. Pero Fernando A. de Terry Carrera (fundador de la bodega en 1883)
también utilizó una malla de seda para sus botellas de brandy. Aquellas mallas
fueron confeccionadas por mujeres para ganar un dinero extra y no tener
que hacer faenas de servicio doméstico. Se elaboraban manualmente con hilos de
seda, una aguja lanzadera, un clavo que hacia la función de mallero y con la
medida de un billete de tren de la época, ya que con él se podían tejer los
nudos de los tres tamaños de botellas que entonces estaban en el mercado.Según
refería una de aquellas trabajadoras en el blog “Gente del Puerto”, Soledad
Peña Mesa, “el hilo se enganchaba en una anilla y ésta a su vez en el
respaldo de una silla, para poder trabajarlo cómodamente. Una vez finalizada la faena, se
llevaban a la casa familiar de las hermanas
Terry, que se encargaban, tanto de de entregar la seda para las labores
como de recibirlas las redes y probarlas en las botellas. Había que entregar al
peso la misma cantidad en mallas,cabos
y pelusas que la recibida en seda. Tras las comprobaciones, se hacía entrega de
unrecibo con el que había que
personarse en las oficinas de Bodegas
Terry. Los días de cobro eran los lunes”. Hubo mallas de varios colores:
amarilla para brandy ‘Centenario’;
verde para brandy ‘Competidor’;
blanca para ‘brandy V.O.’; y rojas y
amarillas para brandy ‘Terry viejo 1º’. Lo
más asombroso era que cada color lo pagaban a un precio diferente (entre 1,50 y
2,50 cada docena de mangas), con la peregrina idea de que aquellos brandis tenían diferentes
precios y las mallas formaban parte del producto terminado, aunque el trabajo
de hacerlas fuese el mismo. En 1905 se desató una gran hambruna en toda Andalucía
y en El Puerto de Santa María llegó a ser espantosa. Un día, Josefa del Cuvillo Sancho hizo una
malla de seda amarilla para cubrir una botella de brandy (entonces se decía coñac). Se la enseñó a su marido, Fernando
de Terry, cuando éste llegó a comer y a él gustó la idea. Desde entonces, se
las dieron a confeccionar a las mujeres de esa ciudad gaditana para paliar de alguna
forma la miseria existente por diversas causas, entre ellas la persistente sequía,
paros obreros, riadas no deseadas y la falta de regadíos, a los que se
añadieron enfermedades endémicas como la tuberculosis y la hepatitis. Tanto fue
así que, en Sevilla, el arzobispo Spínola
salió dos días a pedir limosnas por el mercado de abastos de La Encarnación, como dejó escrito Santiago Montoto en las páginas de ABC. Existen en las hemerotecas,
también, crónicas dramáticas de Azorín
a ese respecto en el diario madrileño El
Imparcial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario