jueves, 27 de junio de 2024

Hablar con las paredes

 


Víctor Sanz Herrero, maestro y alcalde de Valbona (Teruel) durante veinte años presenta el libro “Abuelos, contadnos cosas”  esta tarde en el Casino de Teruel junto al escritor Juan Villalba Sebastián, autor de varios ensayos sobre cineastas y cantantes de ópera, crítico literario de la revista “Turia” y académico de San Luis. La pretensión de Víctor Sanz es que los nietos hablen con sus abuelos y que éstos le cuenten experiencias, algo difícil de conseguir. Ningún claval de hoy está dispuesto  a dejar la “tablet” para escuchar al “abuelo Cebolleta”. Todavía recuerdo cuando un libro, “Cartas a mi hijo”, de Gaspar Gómez de la Serna (Doncel, 1968) se convirtió en libro de texto en la asignatura de “Formación del espíritu nacional” en tercero de bachillerato con el Plan del 57.  Gaspar era primo de Ramón y fue Premio Nacional ‘18 de julio’ 1961. Se publicó en 1965 en tapa dura y contenía 25 cartas. Nada que ver con “Cartas a su hijo” de   Chesterfield, siglo XVIII, que constituye un tratado de buenas maneras y una llamada a la prudencia. Gaspar Gómez de la Serna fue falangista, colaborador del ministro de Educación Joaquín Ruiz-Giménez, secretario de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, letrado de las Cortes y colaborador asiduo de diversos diarios de la cadena del Movimiento. Si les digo la verdad, ya nadie habla con nadie y se producen más entierros que nacimientos. Precisamente hoy, en Diario de León, Pedro García Trapiello pone el dedo en la llaga en su artículo “Dentro de 15 años”. Señala que dentro de ese plazo,  “el 41,8% de los hogares de León y Castilla alojará a una sola persona. Y sólo hablará con las paredes, con su gato o se llamará a sí misma en alto por ver si se encuentra. Desolador . Nidos vacíos con urracas viejas. El silencio será entonces el rey de la casa”. García Trapiello señala, también, que el anciano no desea ser cuidado a tiempo parcial por un extranjero. Y es contundente con un aforismo castellano: “Moro viejo no aprende lenguas”, relacionado con una frase que se dice en el Caribe: “Moro viejo, mal cristiano”. Es difícil que un anciano cambie de hábitos o aprenda determinadas agilidades. No se debe invitarle, por ejemplo, a que haga un curso de informática o aprenda a montar en bicicleta. El ser humano, como el burro, es animal de costumbres perdurables. Y el gallo no se acuerda de cuando fue pollo. Un anciano solo podría entenderse con otro “de su quinta” si no fuese porque ya no le quedan amigos. Todos están  criando malvas. El problema no es que exista conflicto intergeneracional,  sino que al anciano se le ha dejado abandonado a su suerte en un destartalado y frío caserón donde solo puede hablar con las paredes, escuchar la radio o escardar cebollinos. La soledad no deseada es la que anida en los huérfanos cuando al llegar a una edad  les echan del hospicio para que se busquen la vida, en los ancianos con poco poder adquisitivo y nula autoestima, y en los perros abandonados en la carretera. La peor de todas.

 

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