sábado, 15 de junio de 2024

El sermón de la montaña

 


 


U
n día leí algo que dijo el filósofo Emilio Lledó y me quedé con la copla: “Hay un momento en el que ya no sabes qué es la verdad, ni te importa. Lo importante no es libertad para decir lo que se piensa, sino libertad para pensar”. La libertad para decir lo que pensamos ya la tenemos conseguida por estar en un país demócrata y en un Estado de derecho, y la libertad para pensar la hemos tenido siempre. Ni en tiempos de Franco pudieron meternos en la cárcel por tener la libertad de pensar. Cosa distinta era que no pudiésemos expresar lo que sentíamos si no queríamos salirnos de las normas establecidas por aquel régimen utárquico y terminar en el TOP. Con el pecado es distinto. Decía el “Astete” (que aplicó  a rajatabla las ideas derivadas del Concilio de Trento) que se puede pecar de pensamiento, palabra, obra y omisión. Y así lo aclaraba: “Es el deleite en la representación imaginaria de un acto pecaminoso como si se estuviera realizando, pero sin ánimo de realizarlo. En lenguaje vulgar suele designarse con el nombre de malos pensamientos. Si se refieren a la lujuria, se les llama, más propiamente, pensamientos impuros”; es decir, la complacencia en imágenes fantasiosas. Por esa razón, nuestra vida es una constante lucha contra el “mal”. Recientemente el Papa ha señalado que en tanto en los seminarios como en el Vaticano existe mucho “mariconeo”. Y si el Papa lo ha dicho, tendrá pruebas que lo confirmen. Lo que ya no sé es por qué razón se echa siempre la culpa de nuestros males a la culebra como instrumento animal de la tentación en el huerto del Edén, ese animal astuto, según el Pentateuco, con cabeza, pecho y rabo. En Egipto, por el contrario, las serpientes fueron animales venerados y símbolo de la sabiduría. Por esa razón se representaba una cobra en el tocado de los faraones. Y en la antigua mitología griega, la serpiente se relacionaba con  la  Medicina y la curación. El dios de la Medicina era Asclepio y su hija  Higea era la encargada de preparar los remedios vertiendo el veneno en una copa. De hecho, de Higea deriva el término higiene. Y en Medicina, el símbolo era el báculo de Asclepio (para los griegos) y la vara de Esculapio (para los romanos) o el caduceo de Hermes. El caduceo era símbolo de equilibrio moral y de la buena conducta, las dos serpientes representaban la sabiduría; las alas, la diligencia; y el yelmo, los elevados pensamientos. En resumidas cuentas: piense usted, amigo lector, lo que le venga en gana, sea librepensador y se desentienda de los organigramas calenturientos que los funcionarios del Cielo han confeccionado con labor de encaje de bolillos para controlar nuestros impulsos y poder ser pastoreados sin necesitar la ayuda de un perro. La Iglesia católica creó el pecado para justificar la necesidad de la ayuda del sacerdote que nos redimiese con la absolución y nos cantara en latín el último gorigori.

 

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