miércoles, 5 de junio de 2024

El canto del urogallo

 

 


La gente, por estar en una lista electoral podría hasta matar. Acabo de repasar las largas nóminas que me echan los partidos políticos en mi buzón para las "europeas" y descubro que no conozco a casi ninguno de los que se presentan, si acaso a algún cabeza de lista de los que tengo pocas referencias. Por esa razón, posiblemente no vaya a votar. Bueno, por eso y porque puede que no me venga en gana perder el tiempo por mucho que ello constituya un deber ciudadano. ¿Y qué hay de mis derechos? También la milicia obligatoria fue un deber patrio que nunca me pagaron. Vamos, no me dieron ni las gracias. Además de ello, pasé hambre y frío por falta del equipamiento necesario, y no aprendí nada de utilidad. Para más inri, me humillaron obligándome a jurar una bandera franquista, la del aguilucho incorporado. Los políticos, ya sean pajes, jamelgos y lacayos son de este mundo, porque de estos andurriales somos todos, incluidos los tagarotes, esos hidalgos pobres que, como señaló Covarrubias, “se pegan donde pueden comer o sacar partido”, que de aquí  saldremos a buenas o a malas, como descifró Quevedo en “El Buscón”, es decir, “en palafrén pardo, a la brida y con un músico de culpas delante”. Absolutamente todos, los cristianos viejos, los conversos, los inicuos, los judíos que mataron a Dios, los crasos y los sopones que viven del embeleco y de la trapaza y, también, aquellos que reverdecen a costa de la caridad y de la adhesión del prójimo. En España hay en la actualidad cosas preocupantes a las que no se les hace mucho caso: otra burbuja del ladrillo que ya asoma el plumero; el deterioro sanitario galopante por la falta de médicos; la inflación que no cesa; el preocupante aumento de la inseguridad en las grandes ciudades; los chantajes constantes de Puigdemont al Gobierno; la devaluación de los doctorados honoris causa, (como hemos podido comprobar con el nombramiento del locutor al servicio de la Conferencia Episcopal y de la derechona más rancia, Carlos Herrera, por la  Universidad “Miguel Hernández” de Elche); las dificultades de los jóvenes para encontrar piso, aunque sea compartido; la vergonzosa usura bancaria; los abusos impunes de algunos restaurantes; los excesivos cachés que la televisión pública paga con el dinero del contribuyente en cada programa de concurso de cocina; o conocer que el ministro Planas acompañó al rey en la corrida de la Prensa, pasando por alto las recomendaciones de otro ministro de su Gabinete, Urtasun, sobre el maltrato animal; etcétera. La lista sería extensa y me aburre continuar con ella. Pero el Gobierno parece estar con impasible ademán ante lo que acontece en la calle. Sánchez todavía no se ha enterado de que la amnistía solo se puede conceder a presos políticos, y en España me consta que no existen presos políticos desde 1977. Da la sensación de que en los Consejos de Ministros todos callan por ver si escuchan el canto de una gallinácea, del urogallo, en los jardines de la Moncloa. Dicen los entendidos que los machos al cantar hacen un baile, primero se quedan quietos mirando hacia arriba y cantan, luego empiezan a abrir la cola y a dar vueltas sobre su eje mientras siguen cantando. A ratos paran de dar vueltas y simplemente se quedan mirando arriba con la cola desplegada mientras cantan. Hay batallas de canto para impresionar a las hembras. Dicen, también, que el canto de urogallo hembra es como un gemido de monja ante el arrobamiento de un espantajo extrasensorial. Hay mucho alquimista en ese sórdido callejón del Gato. No sé, no sé…, todo muy raro.

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