viernes, 7 de junio de 2024

Las cuatro enfermedades

 

 

A propósito del librito “El Arte de Enfermería” (Tomo II), edición facsímil editada por la Organización Colegial de Enfermería de Aragón  en 1997, me viene a la cabeza la descripción que Juan Bañolas que le transmitió un médico amigo suyo, donde decía que “las gentes de nuestros pueblos resumían en cuatro las enfermedades de los adultos: pasmos, sustos, debilidades y ardores. Y para combatirlas no tenía más fe que las medicinas de los cocimientos, los ladrillos calientes y los talegos de patatas asadas, como sudoríficos; las sangrías para sacar  la mala sangre; los huevos ‘regiraus’, el caldo de gallina, la almendrada, los esponjados y los bizcochos, para fortalecerse; y las horchatas y claras batidas, como refrescantes. En cuanto a reconstituyentes, no se deberían administrar otros que las costillas asadas, las presas fritas y el vino rancio. Cuando el enfermo se atrevía con el ‘verduraje’, el vino tinto y el pan correoso, ya estaba bueno. (“Cuentos aragoneses en Heraldo de Aragón, 1895-1962”, 1ª edic., Heraldo de Aragón, Zaragoza, 2007. Juan J. Bañolas, “El Apego a la vida”, 1929, pp. 33 a 39, inclusive). Nada se dice del tifus,  la viruela, la tosferina, las paperas, el escorbuto, la  lepra, la peste negra, la malaria (tercianas), el cólera, las cuartanas, la fiebre maculosa, etcétera,  cuando los barberos-cirujanos, los charlatanes y los algebristas asistía a los enfermos y les aplicaban sangrías terapéuticas que ya se practicaban en la época de los faraones, como remedio de dolencias. Para su realización se utilizaban instrumentos punzantes polinésicos, como las espinas de maguey y los cuchillos de obsidiana. Los primeros escritos sobre las sangrías aparecieron en el  Huangdi Neijing” , escrita entre 500-300 a. C., en la que se exponía todo lo relacionado con este método. En 1311, Felipe IV el Hermoso de Francia permitió la práctica de la cirugía solo a los autorizados por la Cofradía de san Cosme y san Damián;  en 1372, por edicto de Carlos V de Francia, se permitió a los barberos practicar la cirugía menor sin requerimientos previos; y en el tratado “Regimen Sanitatis”, escrito por Arnaldo de Vilanova (1234-1311), se le atribuían a las sangrías múltiples beneficios.  Fue Jean-Baptiste Denis (1640-1704) el primero en hacer una transfusión de sangre. En el siglo XIX, Françoise Joseph Broussais (1772-1838), cirujano del ejército napoleónico, importó en 1830 a Francia  41 millones de sanguijuelas. En aquella época pensaban que el descanso era el que proporcionaba mejoría, pero no sabían que estaban realizando con las sanguijuelas profilaxis de la enfermedad  tromboembólica, motivada por una sustancia producida en las glándulas salivales de la sanguijuela, que no fue descubierta hasta 1884 y que a partir de 1904 se denominó hirudina.

 



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