domingo, 23 de junio de 2024

Andar por la trocha

 


Un conocido de taberna, Pelayo Mantecón, mientras se tomaba una copita de ojén levantando el dedo meñique al alzar la copa, como debe ser, me contaba en "La Republicana" que estábamos a punto de la hecatombe (él decía catatombe) pero no me señalaba por qué razón, si por la situación económica, por la política social, por la falta de niños, por la excesiva migración de morisma sobrevenida… Era un misterio el que pasaba por la cabeza de este amigo ferroviario jubilado tras haber servido más de cuarenta años en la Renfe. Pelayo Mantecón, al que los compañeros llamaban cariñosamente con el apodo de Potencias, fue durante muchos años factor de circulación en la estación de Alentisque-Cabanillas, provincia de Soria y  diócesis de Osma. Hasta que un día desapareció la línea férrea Valladolid-Ariza y fue enviado a la estación de Calatayud-Jalón, donde realizó labores diversas, todas ellas de escasa responsabilidad, hasta su jubilación definitiva. Al cesar, se fue a vivir al populoso barrio de Las Delicias, en  Zaragoza, a casa de una hija que se dedicaba a sus labores y que estaba casada con camarero de aquella barra en forma de herradura de “Los Antiguos Espumosos”,  en el paseo de la Independencia. Pelayo Mantecón, todas las tardes a eso de las cinco pasaba por la puerta giratoria, se sentaba en una mesa de velador y pedía a Marita, la camarera de mesas, café con leche y unas soletillas. Después sacaba del bolsillo de su chaqueta el diario España de Tánger, lo desplegaba como el que desahace una cama y lo leía con devoción de canónigo capitulante. Hasta que un día cerró aquel café su puerta giratoria y tuvo que ir a otro sitio. Pelayo Mantecón, alias Potencias, buscó otro refugio donde poder matar la tarde. Cruzó a la acera de enfrente y se hizo fiel cliente de “Las Vegas”, que llevaba abierto desde 1955, siete días después de haber cerrado “Ambos Mundos”  tras 75 años de vida, o sea, desde 1881. Estaba catalogado como el café más grande de Europa y en su interior se alineaban 210 mesas de forja y mármol. “Las Vegas”, aunque de menor tamaño, disponía de dos alturas y de dos accesos y, además, de cafetería, heladería, pastelería, un salón de té y marisquería; y de  aseos y un comedor en el piso superior. Pelayo Mantecón, de costumbres rutinarias, siempre llevaba a cabo el mismo rito: sentarse en una mesa de velador a ser posible cerca de una ventana, pedir café con leche y unas soletillas y desplegar el España de Tánger. Su afición al ojén le llegó más tarde, al cerrar “Las Vegas” sus puertas. Dejó de ir al centro cada tarde y se quedó en el barrio por ahorrar en tranvías. Un día tuvo que ir a hacerse unos análisis clínicos a un centro médico geriátrico, creo que se llamaban “18 de Julio”, en la calle Padre Manjón. A la salida, por reponer la sangre que le habían extraído, entró en el cercano “bar Pedro” y pidió una copa de ojén “La Giralda”. Observó a un vecino de barra que tomaba otra copa del mismo anisado levantando el dedo meñique con entusiástico priapismo, casi de forma obscena. Pelayo Mantecón pudo comprobar cómo aquel cliente dominaba el arte de alzar la copa de balón y estirar el dedo con una uña muy larga al mismo tiempo. Al llegar a casa Pelayo Mantecón hizo pruebas en batín frente a un espejo colonial por ver si quedaba bonito pese a que su uña era más corta. Desde entonces, Pelayo Mantecón, cuando se acerca a la barra de un bar pide un ojén y levanta la copa con aliño, al tiempo que su dedo meñique se estira de forma automática como un puntero, como señalando la deriva de un planeta inexistente. La última vez una joven pelirroja, con aspecto de estudiar Medicina en Valladolid y catadura de ser más lista que un ciempiés, tomaba un refresco en la barra. Al echar el trago de ojén al coleto Pelayo Mantecón, ésta le puso la vista encima y le dibujó una sonrisa con un mohín de muy graciosa coquetería. Pelayo Mantecón, más galán que Mingo, dejó una moneda sobre la barra, se subió la solapa del abrigo, miró la hora en su peluco ferroviario y desapareció en plena noche de niebla caminando silente por la fría trocha de color nazareno.

 

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