lunes, 24 de junio de 2024

Sin dispersión refractiva

 


Llega un momento en la vida en el que uno se decanta por aquello que le gusta, aunque sea a contracorriente del sentir general: en platos de comida, en temas de televisión, en cine,  en novela, en amigos, en animales de compañía, en ciudades en las que le gustaría vivir, en periódicos... Cuando se llega a una edad en la ya estás para que te conformes con un plato de sopa de ajo y que el cura te cante un gorigori sucede lo mismo que al carbono, que cuando pone sus moléculas en orden se convierte en un diamante, que es la forma más estable del carbono después del grafito. Pero lo mejor de todo es que por su dispersión refractiva dispersa la luz en diferentes colores. El ser humano, al llegar a determinada edad ha ido educando el gusto y a convivir con la soledad, y ha aprendido a saborear las cosas más nimias. Por eso se dice que la veteranía, por aquello de la experiencia acumulada, es un grado. Un día leí un suelto que escribió Pilar Cernuda  (65ymas.com) sobre la experiencia que me hizo reflexionar. Decía: “A veces es una cuestión económica, es más barato contratar a un recién salido de una facultad o una formación profesional que a un profesional con largos años de experiencia. (…) Así nos va sobre todo en el mundo de la política, donde se ha prescindido de muchas de las mejores cabezas para colocar en listas electorales a mindundis y jóvenes de medio pelo que ni siquiera saben cuántos escaños hay en el Congreso y en el Senado, pero se creen el no va más del mundo porque hablan inglés mejor que los expulsados del circuito y se manejan en las redes sociales como nadie. Creen de verdad, sinceramente, que con esos dos instrumentos, inglés y redes, se arregla el mundo. Sin embargo, como la verdad es siempre tozuda, en cuanto empiezan a ejercer se advierte que no tienen media bofetada y les meten goles por toda la escuadra”. Por desgracia, cuando cumples cuarenta años ya te consideran viejo a la hora de buscar empleo, y cuando pasas a formar parte de las “clases pasivas” te convierten una figura de cristal, te vuelves transparente y los conocidos, aquellos que te pidieron tantos favores cuando estabas en activo, pasan por tu lado como si no te vieran. Y si les saludas, te miran y te largan con cara de sorprendidos el consabido mantra: “Perdona, no te había visto”. Normal que sea así. Nuestra dispersión refractiva no es como la del diamante y carecemos de la irisación de la luz dispersada que irradiábamos cuando estábamos en activo y teníamos capacidad de poder ayudar en algunos socorros. La legión de las "clases pasivas" nos hemos quedado en grafito, como envolturas eyectadas de una supernova al final de su vida, y hemos virado al negro como las minas de los lapiceros baratos, que siempre se rompen cuando intentamos sacarles punta.

 

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