lunes, 3 de junio de 2024

Literhartura

 

 


Este es un  país donde ya hay más escritores que lectores y más poetas que peluqueras de señoras. Y dentro de los literatos hay que distinguir dos clases: los que crean relatos que más o menos enganchan con el lector, y los que recrean la historia inventando situaciones en un escenario de personajes históricos que, en rigor, nunca tuvieron lugar, tanto da que sea sobre Viriato, doña Urraca o Carlos II. Un ejemplo claro lo puedo puntar después de haber leído una trilogía sobre Isabel II muy poco rigurosa y salida de la pluma del historiador Ricardo de la Cierva, el hombre que, dicho sea de paso, más odio sintió hacia la Masonería. Podría citar más ejemplos, pero me aburre abundar en ese tema. Otros autores, en cambio, son más rigurosos, y cito dos ejemplos: Gregorio Marañón, con “El Conde-Duque de Olivares”, o el profesor alemán Ludwig Pfandl con su “Juana La Loca”, donde agrega el mérito de aportar datos nuevos en una narración histórica hecha con gran destreza en una España en la que sus reyes (Carlos I o Felipe II, por ejemplo) “necesitaron siempre un violento empujón exterior para transformar su abulia en fuerza resolutiva”.  Juana I de Castilla, la cautiva de Tordesillas y madre de Carlos I dejó de penar  lo indecible el 12 de abril de 1515, Viernes Santo. Tenía setenta y cinco años y había pasado recluida cuarenta y seis años de su vida. Durante aquel aislamiento sufrió parálisis en una pierna, no quería que la lavasen y se le cubrió el cuerpo de úlceras por estar todo el día tumbada. Finalmente decidieron asearla a la fuerza y cauterizarle las úlceras, pero sus gritos de dolor resonaron por todo el castillo. Aquella escalofriante situación pareciera como sacada de un relato de Víctor Hugo. Hoy leo en Diario de Teruel una corta entrevista de Javier Millán a Francisco Javier Aguirre Azaña, coronel de Artillería retirado y autor del libro “La Campaña de Teruel (diciembre 1937- febrero 1938). La historia completa”. No la he leído y, por tanto, ignoro si hace nuevas aportaciones que desconozca. Pero aclara Aguirre al periodista que “en la guerra se pidió un sacrificio a Teruel y, a mi juicio, eso lo pagó la población civil”. Vamos, como ocurre en todas las contiendas. A mayor abundamiento, Cruz Aguilar entrevista el mismo día y en el mismo diario al sicólogo Manuel Bernad tras publicar su primera novela, “Alma cercada”, inspirada en el cerco de Sarajevo durante la guerra de los Balcanes y sobre cómo pudo ser la vida diaria de la población civil durante el conflicto. Hay un proverbio que señala: “Cada uno habla de la feria como le va en ella”. Ya en  “La Celestina”, IV (segunda mitad del siglo XVI, donde aparece la vieja bruja, hechicera, alcahueta y avara que sabe leer los agüeros) el bachiller Fernando de Rojas, supuesto autor, aclara: “No dice más la lengua que lo que siente el corazón”. Esta segunda novela, la de Bernad, tampoco la he leído. Yo todavía voy por el catón. Cuando la lea, si es que la leo alguna vez, ya les contaré.

 

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