sábado, 8 de junio de 2024

Las Médulas: espejismo grandioso

 


 


E
l lago Carucedo es la consecuencia del taponamiento de grandes cantidades de tierra de aluvión que cegaron un valle con la mayor mina de oro a cielo abierto en  la provincia de León, en la parte más occidental de la comarca de El Bierzo, por el Imperio Romano. Existe la leyenda de que la ninfa Carissia conoció al general romano Tito Carissio y se enamoró de él. Pero Carissia entró en gran depresión de ánimo al no verse correspondida. Lloró tanto que sus lágrimas dieron lugar a la formación de ese estanque, en cuyo fondo resplandece la ciudad de Lucerna, la misma ciudad que aparece con el nombre de Villaverde de Lucerna bajo el lago de Sanabria. Se cuenta que, una vez al año, en el lago de Sanabria resuena la campana de su iglesia sumergida, en recuerdo a las víctimas de Ribadelago.  Según la leyenda leonesa (aunque Zamora también pertenece a León) cada noche de san Juan Carissia emerge del lago en busca del general romano que la desairó. Lo cierto es que los romanos explotaron las minas de oro a cielo abierto por el método “ruina montium”, descrito por Plinio el Viejo en su “Naturalis Historia”, basado en la fuerza del agua necesaria para derrumbar grandes extensiones de montaña como ayuda al escudriño del preciado metal. Plinio el Viejo recopiló en aquella "enciclopedia del saber los principales conocimientos científicos de la antigüedad, que abarcaban  botánica,  zoología,  mineralogía,  medicina, geografía,  cosmología,  metalurgia y  etnografía, entremezclando hechos verídicos con leyendas y rumores. Mediante aquel procedimiento romano para extraer oro de la tierra,
los mineros excavaban galerías verticales de donde en diversos puntos partían otras horizontales y ciegas. En un momento dado, se soltaba en tromba a través de ellas agua, que previamente había sido acumulada en depósitos y presas, lo que provocaba la compresión del aire atrapado en su interior y hacía explotar el conglomerado de arcilla y roca que formaba la montaña. La masa de lodo obtenida se conducía por gravedad hasta los canales de lavado y filtrado, unas estructuras de madera en las que se hacía pasar la masa resultante, una vez extraídos los cantos rodados que se amontonaban formando lo que hoy conocemos como "murias" o "pedreiras", y se obtenía el oro mediante filtros realizados con ramas de brezo. Aunque parezca una insensatez, desde hace años guardo piedrecillas de lugares que me agradaron durante mis visitas. Todas ellas son de pequeño tamaño. Y cuando un amigo acude a un lugar curioso, le pido que me traiga una. Es, de alguna manera, un modo de poseer un recuerdo nada costoso de algún viaje que, la mayoría de las veces, nunca hice; o sea, un pedazo pequeño de granito de una playa del Pacífico mejicano, o de basalto con el que se adoquinan las calles de Viena, o un canto esmerilado por el agua en la pedregosa playa próxima al castillo de Dover, en el Condado de Kent, etcétera. Sería larga la lista. Mantengo la teoría de que un hombre no es más importante que una piedra. Pero hace poco, alguien sabedor de mi raro capricho, me trajo una pequeña loseta como de arenisca de Las Médulas, que él acababa de visitar y de donde regresó impresionado, como no podía ser de otra manera. Y aquí la tengo, sobre la mesa donde escribo, junto al ordenador y un flexo de aluminio que pareciese robado del desaparecido Tribunal de Orden Público, de triste recuerdo, con sede en el madrileño  Palacio de las Salesas, del que forma parte la iglesia de santa Bárbara y el Palacio de Justicia. En fin, no deseo que el canal de lavado y filtrado de mi imaginación me conduzca por despreciables derroteros. Que pasen un buen  fin de semana.

 

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