domingo, 16 de junio de 2024

Silencio elocuente

 

 Hasta ahora parecía como algo normal y nadie se sorprendía de ver a  jubilados observando cómo los operarios municipales trabajaban en zanjas callejeras y cambiaban tuberías de desagüe a falta de mejor cosa que hacer. Y cada uno de esos “espectadores” de obras inacabables llevaba una idea en su cabeza de cómo esa labor la hubiese hecho él. Mi sorpresa ha llegado cuando por televisión hemos podido ver en su despacho de La Zarzuela al jefe del Estado leyendo documentos o apoyándose en una mesa mientras escudriñaba su teléfono móvil. Se acerca el décimo aniversario (será el próximo 19 de junio) desde que Felipe VI asumiese tan alta magistratura por herencia de sangre. De la misma manera, se han distribuido siete fotos (cuatro en color y tres en blanco y negro) donde el monarca no mira en ninguna de ellas a la cámara. Desde hace una década, digo, el rey ha realizado 2.910 actividades a 22.626 personas en 2.190 audiencias y ha pronunciado 742 discursos. Yo, que no me
considero monárquico, he de reconocer que el actual rey cumple su función institucional de forma impecable. Se ha zurcido un roto monárquico de difícil arreglo con la ayuda de un perfecto bastidor circular de madera de bambú y un buen hilo de cordoncillo “mouliné” de seis hebras. Lo que sucede es que esas puntadas en la ornamentación adicional de gran riqueza y bien elaboradas no han conseguido que el hilo de la trama cubra por completo el de urdimbre. En la memoria colectiva perdura el recuerdo de unos actos poco ejemplares del anterior monarca, elegido a dedo por Franco, donde no hubo en todo momento de su reinado la  ejemplaridad para hacerse acreedor de la autoridad necesaria para el ejercicio de sus funciones. Y lo peor de todo, a mi juicio, es que el rey cesante no paga impuestos en España al perder su condición de residente (al no estar en España más de 183 días al año) y ha trasladado su residencia fiscal a los Emiratos Árabes. Por resumir: un jefe de Estado en España debería ser elegido por los españoles, dueños de sus destinos. Parece lo más razonable. Dejó escrito Enrique Pérez Romero (El Periódico de Extremadura, 09/06/14) en un artículo algo sobre el que deseo señalar tres cosas: 1): “Para las generaciones que pudieron votar la Constitución de 1978 (todos los que hoy son mayores de 54 años), hubo que elegir entre un nuevo e ilusionante sistema de libertades frente al miedo de la involución. Para una inmensa mayoría de los menores de 54 años ya no existe ese miedo: la elección ya no es esa”; 2): “La legitimidad de Felipe VI no está basada en ningún servicio al país, ni en otro precepto político que una Constitución votada en un contexto bien distinto al de hoy. Su legitimidad básica es la herencia, es decir, ser hijo de quien es. Algo que no casa en absoluto con una democracia moderna”; y 3): “España es un país melancólico, preso de una nostalgia eterna de gran nación; el largo periodo 1936-1975 sumó a la melancolía el odio, el miedo y el rencor. Es absolutamente necesario salir de ese maldito laberinto endiablado”. Todo ello debería haber pasado por un proceso constituyente que aquí nunca se produjo. Preferimos en su día optar por el silencio de los corderos.


 

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