martes, 4 de junio de 2024

La vulgaridad de morirse

 


 

Morirse es una vulgaridad. En su artículo “Sobre los muertos” Julio Camba decía que “hay que oír los diritambos que en España se les dirigen a los muertos, y es que, indudablemente, aquí no se entierra nunca a nadie mientras sus méritos y sus virtudes no están reconocidos por un consenso general”. Con el tiempo esas cosas pasan, salvo que la familia del difunto encuentre un biógrafo que se exceda en elogios rimbombantes de alguien que ya no puede hacer matizaciones sobre lo escrito. Hace ya tiempo escribí “La folla del güisqui o de la bala”, donde venía a decir que por estos pagos se hicieron comparaciones con las defunciones de Rita Barberá, alcaldesa que fuese de Valencia, y de Miguel Blesa, presidente que fuese de Caja Madrid, y que Barberá murió de noche en el Hotel Villamagna de Madrid de un fallo multiorgánico derivado de una cirrosis hepática, y  Blesa, a las ocho y pico de la mañana y de un tiro en el corazón en una finca de Villanueva del Rey. ¿Quién se acuerda de ellos?  Los elogios funerales al difunto terminan siempre a la salida de la iglesia y tras los últimos gorigoris. La muerte produce consternación, pero una consternación relativa que se difumina pronto. Siempre hay que esperar un tiempo, como decía, para que aparezca el biógrafo del muerto dispuesto a dar pinceladas barrocas a fuer de ensalzar las virtudes de aquel ciudadano que murió en la folla del güisqui consumido o de la certera bala de fusil. Lo que sucede es que los biógrafos de los muertos siempre añaden cosas de su cosecha a las biografías, y dicen sobre ellos lo que nunca dijeron, y cuentan anécdotas pueriles sacadas de la manga que a nadie interesan. A los familiares de los muertos lo que les encandila es que la esquela de ABC sea grande, que aparezcan en ella una letanía de familiares de apellidos muy largos con el estrambote añadido de la fiel sirvienta, de nombre Timotea aunque que todos la conocieran como Momy, que el panteón familiar sea campanudo y de sillería, a poder ser de estilo modernista, y rodeado de otros panteones donde reposen las raspas de próceres patrios del mundo de la cultura, de la industria y de la milicia. Hasta para morirse hay que tener caché, o sea, haber inventado algo, haber creado una potente industria o haber sido un patriotero golpista con importantes ascensos durante la guerra del Rif. Pero sucede, como al final de las rebajas de los grandes almacenes, que de estos últimos tipos ya no quedan existencias. Si acaso, algunos bustos indolentes de dudoso gusto cagados por las palomas en secas glorietas de pueblones manchegos.

 

No hay comentarios: