viernes, 7 de junio de 2024

Todo tiene su secreto



 

 


En muchas ocasiones he elogiado el anís, pese a que su consumo está decayendo en España por razones que desconozco. Sobre ese licor espirituoso se han escrito muchas páginas,  aunque no las suficientes. De Cela tengo recogidos dos elogios. Ambos, en su ventana “El color de la mañana”, en ABC,  con menos de un mes de diferencia entre ellos. También Xavier Domingo, bajo el lacónico título “El anís”, en Cambio 16. Conviene aclarar que no hay que confundir la planta de anís verde (“Pimpinella anisum”) o “matalahúva”, que en el sudeste asiático puede llegar a un metro de altura, con el badián o anís estrellado (“Illicium verum”); un árbol tipo magnolia que, aunque se diferencian poco en el destilado,  proceden de distintas plantas. Y dentro de la elaboración del anís hay que distinguir entre el “pastis” y el “anisete” que se consumen en Francia, el “raki” turco, el “ouzo” griego, la “sambuca” italiana y los cazallas (por generalizar) españoles. Para su elaboración se necesita alcohol etílico (o un orujo suave) en el que hay que dejar macerar una docena de granos en medio 500 ml durante 15 días. Pasado ese tiempo, se filtra. Se hace un preparado con almíbar muy ligero  (800 ml de agua y 350 gramos de azúcar) y cuando ha enfriado, se mezcla con el alcohol o el orujo filtrado previamente. Lo que sucede es que el alcohol etílico es difícil de adquirir en las oficinas de farmacias por una cuestión de seguridad, de evitar confusiones. Una acertada medida. Los españoles tenemos en la memoria demasiadas tragedias relacionadas con el uso equivocado o doloso de otro alcohol, el metílico o alcohol de quemar, usado en aplicaciones industriales. Aunque el metanol por sí mismo no es tóxico, sí que lo son los metabolitos de la oxidación hepática, que pueden producir ceguera, acidosis metábólica e incluso la muerte en breve espacio de tiempo. De hecho, está prohibida la comercialización de bebidas espirituosas “caseras”, es decir, las alambicadas (anises, orujos, vermús, etcétera) sin contar previamente con el correspondiente registro sanitario. Yo tengo la costumbre de no probar licores “caseros” cuando me los ofrecen en algún domicilio. Algo parecido a lo que me ocurre cuando me invitan a comer setas. Hay que tocar madera. Los que se tienen por “expertos” boletaires a veces se equivocan.  Para quien solo tiene un martillo, todo son clavos.

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