Hoy en El Debate
he leído algo sensato. Me palpo por si estoy todavía vivo. Parece ser que sí.
Hoy, como digo, en ese diario digital que dirige Bieito Rubido (al que ayer homenajeaba en Zaragoza el grupo Heneo) y donde tiene fichados a
columnistas que pareciese sacados del fondo de armario de El Alcázar, uno de esos plumillas, me refiero a Alfonso Ussía, escribe una columna
donde al fin se desnuda y reconoce que está en pleno “otoño mental”. Vamos, que el pozo de sus ideas está más seco que
el ojo de un tuerto. Señala: “Me han sacado de mi paisaje, mi despacho y mi
biblioteca. Escribo lo que sigue desde Madrid. Y no se me ocurre nada. Todo lo
que ha sucedido hoy en el mundo, me aburre soberanamente. Creo que me ha
llegado el otoño mental. Las hojas de los árboles caducifolios se están
preparando para representar, un año más, la caída de la muerte. Y mucho me temo
que de mi cabeza van a otoñar las ideas y desparramarse por el suelo. Sin orden
ni concierto”. Un poco más abajo, en su trabajo recuerda a Antonio Burgos, y dice él que Burgos decía que “los escritores a diario
en los periódicos somos los últimos
esclavos atados a la columna”. Pero Burgos no podría responderle porque está muerto. Guardando las distancias con Ussía, y eso
vaya por delante, y comprendo que ponerse delante de un folio en blanco requiere
cierta disciplina. Creo recordar haber contado ya en mi modesto blog un pensamiento de Neil Gaiman donde dejaba claro que “ser
escritor es un tipo de trabajo muy peculiar: siempre eres tú contra una hoja de
papel en blanco, o una pantalla en blanco, y muy a menudo el papel en blanco
gana”. Pues eso lo decía en una de las historietas ilustradas de “The Sandman” publicadas por
DC Comics y que se publicaron en una serie
de 75 números, entre enero de 1989 y marzo de 1996 con argumentos que fueron
variando a lo largo de esos años desde historias de terror hasta la mitología oscura.
A mi entender, ningún escritor está atado a ninguna columna. Si escribes, vale. Si no, mejor. Hay que distinguir
entre los columnistas que aman el oficio y escriben lo que sea por dar rienda
suelta a su vocación, y aquellos que escriben porque necesitan llenar la
nevera cada día. Ussía pertenece a ese segundo grupo tras haber salido tarifando del diario
ABC, primero, y de La
Razón, después, y encontrarse en el dique seco hasta ser rescatado por Bieto Rubido para que pudiese contar cosas que mayormente interesaban solo a cuatro nostálgicos y media docena de chisgarabises. Pero lo malo de Ussía es que, por lo general, o ataca sin misericordia a miembros del Gobierno
de Sánchez con calificativos destemplados, o traslada al lector anécdotas
trasnochadas al estilo de Natalio Rivas,
pero de menor enjundia. Cuando llega el “otoño de las ideas”, como señala
Ussía, lo mejor es sacar la batamanta con capuz del armario, quitar de sus bolsillos las bolas de naftalina y dedicarse a aprovechar las tardes de tenue sol de membrillo para pasear con sosiego entre magnolios. Ya decía Quevedo que "pocas veces, quien recibe lo que no merece, agradece lo que recibe". Y Ussía, a mi entender, recibe de ese diario digital más de lo que merece, o sea.