Todo en esta vida tiene un precio. El valor de las cosas se corresponde con el dinero que se está dispuesto a pagar por tenerlas en propiedad. Por esa razón, cuando alguien afirma que tal cosa, la que sea, “tiene un valor incalculable” se equivoca de lleno. Todo en esta vida tiene, por consiguiente, el valor que pueda llegar a pagarse en una subasta. En el caso de la Biblia de Soria, el documento escrito en esa ciudad castellana en 1312 por el rabino Shem Tov Ibn Gaon y subastada en Nueva York por Sotheby's, no sé si en realidad es poco o mucho el dinero pagado por ella. Pero sí estoy convencido de que si tal biblia la hubiese ofrecido un vendedor de los de puerta a puerta, es posible que nadie hubiese pagado por ella un celemín. Así es la vida. Alguien que se levanta a las seis de la mañana para tomar un tren de cercanías que le lleve al lugar de trabajo, que está pagando la hipoteca de un piso con tabiques de papel y que no sabe de dónde va a sacar el dinero suficiente como para poder cambiar por otra la nevera que se le ha roto, no está dispuesto a perder el tiempo hojeando un incunable escrito por un señor de Soria, de Alentisque o de Morón de Almazán. Esas cosas quedan para los bibliófilos y los caprichosos ricos que no tiene mejor cosa que hacer. Por otro lado, si la biblia subastada tiene tanto valor como el que alguien ha estado dispuesto a pagar por ella (6,9 millones de euros) debería haber sido el Estado español el que la hubiese adquirido para depositarla bajo siete llaves en la Biblioteca Nacional. Sacar obras de arte de España sin los permisos correspondientes es un delito tipificado en el artículo 323 del Código Penal. Una obra de arte es cualquier objeto físico que puede tener un valor estético y conceptual, como una pintura, una escultura, una fotografía, un incunable, un dibujo, etcétera. Todavía recuerdo el lío en el que se metió Jaime Botín en 2015 cuando intentó sacar de España el cuadro de Picasso “Cabeza de mujer joven” (1906) valorado en 26 millones de euros sin el correspondiente permiso, para venderlo en una subasta de Londres, incautado cuando su barco atracó en el puerto francés de Calvi. También recuerdo cuando en 2011 desapareció el “Códice Calixtino”, del siglo XII, en la catedral de Santiago de Compostela, robado por un electricista. ¡La que se armó! Lo que habría ahora que conocer es cómo llegó la incunable biblia soriana a Estados Unidos, quiénes eran los anteriores propietarios y de qué manera llegó a las manos de éstos. Sería cuestión de tirar del hilo. Quizás nos llevaríamos sorpresas.
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