jueves, 19 de septiembre de 2024

Las "generalísimas"

 

 


El dicho  “¡Fíate de la Virgen y no corras!” cuentan que tiene su origen entre los años 1833 y 1840 relacionado con la bandera llamada ‘La Generalísima’, en la que figuraba la imagen de la Virgen durante la primera guerra carlista, además de la cruz de Borgoña, que a veces se confunde con la cruz de san Andrés, sin nudos en las aspas. La cruz de Borgoña ya se usaba en España desde la llegada de Felipe el Hermoso y se emparentó la Casa de Borgoña con la Casa de Austria. Parece ser que ondeó por primera vez en la batalla de Pavía, en 1525. Más tarde se utilizó por los tercios españoles entre los siglos XVI y XIX, aunque con Carlos II comenzó a utilizarse la actual bandera aunque solo para la los barcos. Sin embargo, la cruz de Borgoña siguió siendo bandera del Ejército con Isabel II hasta 1843. No hay que olvidar que esa bandera fue utilizada durante las guerras carlistas por los que terminaron perdiendo, los defensores del pretendiente al trono Carlos María Isidro. Volvió a utilizarse durante la Guerra Civil dentro del bando rebelde cuando  reorganizó el Requeté Fal Conde. En la actualidad, también la ‘ikurriña’ (diseñada por los hermanos Arana solo para Vizcaya) incluye la cruz de san Andrés de color verde basándose en  el escudo del Señorío de Vizcaya. Por cierto, la bandera ‘La Generalísima’, estandarte real del ejército carlista, fue bordada por la mujer, además de sobrina de Carlos María Isidro,  María Francisca de Asís de Braganza, casada en 1816 a la vez que su hermana María Isabel (muerta de parto en 1818) con Fernando VII. María Francisca falleció en 1834. La que fuera infanta portuguesa tenía siete años cuando las tropas napoleónicas invadieron la Península Ibérica y la Familia Real de Portugal trasladó su Corte a Río de Janeiro. Más tarde ‘La Generalísima’ fue donada al Gobierno de Navarra y se encuentra en el Museo del Carlismo, en Estella. Hubo otra ‘generalísima’ aunque de carne y hueso, la Señora de Meirás, con grandeza de España, que influyó mucho en la reciente historia de este país. El pintoresco título, otorgado por Juan Carlos I, desapareció con su muerte en 1988 y reclamado posteriormente por su nieto Francisco y el rey firmó carta de sucesión. Pero por la posterior Ley de Memoria Democrática se eliminaron 33 títulos, cinco de ellos concedidos por el rey, quedando nulos a todos los efectos, con que ya solo tiene honores de ‘generalísima’ la virgen del Pilar. Tanto es así que desde 1909 (un año después de que le fuesen otorgados esos honores por Alfonso XIII) hasta la actualidad los militares le han donado a su imagen  26 mantos. Por otro lado, el franquismo se sirvió de forma torticera del culto a la Pilarica para legitimar el golpe militar de 1936, que provocó un clima de exaltación religiosa en Zaragoza aumentado, si cabe, con la astracanada del bombardeo de la basílica el 3 de agosto de ese año y que los zaragozanos interpretaron como ‘milagro’, dando comienzo a unos actos de desagravio y un raro fervorín donde se asoció la devoción mariana con la figura del sinvergüenza gallego convertido en caudillo mesiánico, que decía traer el renacer de la España eterna y lo que trajo fue miseria y dolor. Y con la fiebre mística y el permiso del deán se colgaron dos de las tres carcasas de bombas  cerca del camarín de la virgen como si se tratase de, como dicen los de mi pueblo, “el santo bendimiento”, que nunca he sabido qué era eso, aunque intuyo que la rehostia.

 

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