sábado, 14 de septiembre de 2024

La silla vacía

 

Existe una obra de Eugène Ionesco, “Las sillas”, dentro del llamado 'teatro del absurdo', escrita en la primavera de 1951 y representada un año más tarde en París, en el Théâtre Lancry, donde los protagonistas son dos nonagenarios, Poppet y Semiramis, que viven en una torre destartalada rodeados de mosquitos y aguas sucias. Para escapar del aburrimiento se recrean en el pasado. Han contratado a un orador sordomudo para que sirva de intermediario entre ellos y los invitados. Cuando éstos entran en la casa son invisibles para la audiencia, pero la pareja entra sillas en un  salón y se entabla una hilarante conversación con personajes inexistentes. Entre ellos están supuestamente presentes una ex amante de Popet y un fotógrafo con quien Semiramis coquetea. La pareja de ancianos cuentan historias contradictorias sobre sus respectivos pasados, mientras siguen acomodando más sillas para invitados invisibles. Los dueños de la casa se emocionan cuando aparece majestuoso el Emperador, también invisible. La obra termina con el suicidio de la pareja lanzándose al vacío desde lo más alto de la torre. Lo que acabo de señalar viene a cuento con algo que vengo observando casi todos los días sobre la misma hora, en la atardecida, a un hombre magro de carnes portando una silla vacía de inválido. No hace mucho que perdió a la que entiendo que sería su madre, a la que paseaba con una manta sobre las piernas siempre buscando las zonas abrigadas del cierzo. Por lo que intuyo, doy por hecho que la madre falleció. Nunca más la volví a ver. Pero el hombre sigue caminando silente día tras día y empujando la silla vacía como esos abuelos que se ayudan con un andador ortopédico. A veces, el sufrimiento no es más que una trágica burla.

 

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