El cambio climático nos tiene a todos en
alerta. Tanto es así que en algunos pueblos ya sacan el santo a la calle en
andas para que no llueva, que el exceso de celo en pasadas rogativas contra la
sequía persistente suele tener esas consecuencias. Lo cierto es que había
determinados párrocos que sabían leer las nubes, ejercitaban el difícil arte de
las cabañuelas e intuían cuándo era menester procesionar al santo de mayor
devoción entre los feligreses para que se produjese el esperado “milagro”. Era
entonces, al caer las primeras gotas, cuando soltaba lo de que “Dios aprieta
pero no ahoga”. Ahora es distinto. Llega la dana, se producen inundaciones y se
ahogan hasta los gatos. Lo cierto es que las danas no merman las sequías, que
son estructurales, y el exceso de consumo sigue agotando los pantanos. La
lluvia, en consecuencia, debe ser mansa y persistente para que se filtre en la
tierra. El catedrático de Economía aplicada, Francesc Hernández, comentaba en El País el pasado 22 de marzo que “la gestión en España es compleja
en lo administrativo, en lo competencial y lo regulatorio”, al existir
competencias tanto a nivel del Gobierno central, del autonómico y del local. Y
esa torre de Babelentraña enormes dificultades para la
coordinación. “Si a esto le sumamos –seguía afirmando el catedrático- que el
uso urbano recae sobre los municipios, pero que directamente no lo ejerce, sino
que lo comparten y ceden a empresas, es un añadido más; la infraestructura es
pública pero su gestión es privada”. En fin, lo mejor, en estos casos, es encomendarse
al santo mediante rezos ya que desde lo alto, por encima de las nubes, se ven
las cosas con otra perspectiva; y, además de ello, evitar fugas en las tuberías,
controlar los acuíferos y procurar no hacer viviendas junto a los barrancos,
que también son manías. Recuerdo que en un blog
Carlos de la Fuente señalaba anécdotas
sobre la bilbilitana rúa de Dato, en Calatayud, los días de tormenta. Escribía
que “tanto el barranco de las Pozas como el de Soria o de la Rúa, han sido
adaptados a nuestro trazado como una calle más, y no es raro haberlos visto
crecer con sus aguas bravas e indomables convirtiéndonos en una pequeña Venecia
de aguas turbias”, donde las aguas bajan con fuerza y con un color blanquecino
por el arrastre de yesos lacustres de la Sierra de Armantes. Añadía la profecía
del dominico valenciano san Vicente
Ferrer (confesor de Benedicto XIII
ypresente en el Compromiso de Caspe en 1412para dirimir la sucesión de la Corona
de Aragón tras la muerte de Martín el
Humano) donde ese santo afirmaba que “Calatayud perecerá anegado por las
aguas”. Conque ya puede el alcalde Aranda ponerse la capa clavada a la nuca como el manto de la Soledad e ir construyendo un arca de Noé de pino calafateado, rezarle una salve al credo y llenar la nave de gaviotas del PP por si las moscas.
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