martes, 30 de enero de 2018

La viva imaginación de los pueblos





De fecha 14 de noviembre de 1876 data el prólogo de “Las nacionalidades”,  de Francisco Pi y Margall. Y en aquel corto prólogo, el autor señalaba: “Si defiendo un error, culpa  será, no de mi voluntad, sino de mi entendimiento”. Me llama la atención en su libro III, capítulo XII, cuando hace referencia a la ineficacia del principio unitario en España, la diversidad de lengua todavía existente, es decir, gallego, bable, vasco, catalán, mallorquín y valenciano; la variedad de sus costumbres, también todavía existentes en cada zona y que varían en las ciudades, en los campos, en las montañas y en los valles, donde difieren, sobre todo en lo referente a los tres grandes momentos de la vida: nacimiento, matrimonio y muerte. A día de hoy ya existe, menos mal, unión de criterios en moneda, pesas y medidas. En ese sentido, contaba Pi y Margall: “Son en todas partes diversos los trajes, distintos los juegos y las fiestas, varias las preocupaciones religiosas. Cada comarca tiene su cristo y su virgen, y en cada una se les presta diferente culto. Las extravagancias son aquí innumerables; la Iglesia, que en ellas ve su provecho, si no las estimula, las tolera. Costumbres podría referir, tanto religiosas como civiles, que serían para muchos de mis lectores causa de asombro y aun de escándalo. Las omito porque no es mi ánimo retardar con digresiones la conclusión de este libro, y la variedad es aquí evidente para todo el que pueda comparar las costumbres de su pueblo con las de los pueblos del entorno. La variedad continúa,  a pesar del unitarismo de la Iglesia y del Estado”. Sólo en algo hemos variado. La Constitución de 19 78 señala que España es un Estado aconfesional, pero las costumbres populares permanecen intactas desde hace siglos.  De hecho, costó mucho esfuerzo para que en el medio rural se aplicase el Sistema Métrico Decimal. Sin embargo, todavía hoy en muchos lugares, venden los cerdos por su peso en arrobas,  sus campos de laboreo por fanegas o cuartales, sirven los líquidos por cántaras, barrilones o azumbres, etcétera. Todo ello tenía una dificultad añadida: aquellos  pesos y medidas cambiaban según la zona geográfica: por ejemplo, la vara de Madrid era mayor que la de Burgos, mayor que la de Burgos y menor que la de Madrid era la de Albacete, que se usaba en Toledo, Segovia y Logroño… Y, por supuesto, se sigue pensando en pesetas al llevar a cabo algunas transacciones comerciales, de la misma manera que hasta bien entrado en siglo XX todavía se pensaba en reales y en duros.

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