De fecha 14 de noviembre de 1876 data el
prólogo de “Las nacionalidades”, de Francisco
Pi y Margall. Y en aquel corto
prólogo, el autor señalaba: “Si defiendo un error, culpa será, no de mi voluntad, sino de mi entendimiento”.
Me llama la atención en su libro III, capítulo XII, cuando hace referencia a la
ineficacia del principio unitario en España, la diversidad de lengua todavía
existente, es decir, gallego, bable, vasco, catalán, mallorquín y valenciano;
la variedad de sus costumbres, también todavía existentes en cada zona y que
varían en las ciudades, en los campos, en las montañas y en los valles, donde
difieren, sobre todo en lo referente a los tres grandes momentos de la vida:
nacimiento, matrimonio y muerte. A día de hoy ya existe, menos mal, unión de
criterios en moneda, pesas y medidas. En ese sentido, contaba Pi y Margall:
“Son en todas partes diversos los trajes, distintos los juegos y las fiestas,
varias las preocupaciones religiosas. Cada comarca tiene su cristo y su virgen,
y en cada una se les presta diferente culto. Las extravagancias son aquí
innumerables; la Iglesia, que en ellas ve su provecho, si no las estimula, las
tolera. Costumbres podría referir, tanto religiosas como civiles, que serían para
muchos de mis lectores causa de asombro y aun de escándalo. Las omito porque no
es mi ánimo retardar con digresiones la conclusión de este libro, y la variedad
es aquí evidente para todo el que pueda comparar las costumbres de su pueblo
con las de los pueblos del entorno. La variedad continúa, a pesar del unitarismo de la Iglesia y del
Estado”. Sólo en algo hemos variado. La Constitución de 19 78 señala que España
es un Estado aconfesional, pero las costumbres populares permanecen intactas
desde hace siglos. De hecho, costó mucho
esfuerzo para que en el medio rural se aplicase el Sistema Métrico Decimal. Sin
embargo, todavía hoy en muchos lugares, venden los cerdos por su peso en
arrobas, sus campos de laboreo por fanegas
o cuartales, sirven los líquidos por cántaras, barrilones o azumbres, etcétera.
Todo ello tenía una dificultad añadida: aquellos pesos y medidas cambiaban según la zona
geográfica: por ejemplo, la vara de Madrid era mayor que la de Burgos, mayor
que la de Burgos y menor que la de Madrid era la de Albacete, que se usaba en
Toledo, Segovia y Logroño… Y, por supuesto, se sigue pensando en pesetas al
llevar a cabo algunas transacciones comerciales, de la misma manera que hasta
bien entrado en siglo XX todavía se pensaba en reales y en duros.
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