sábado, 6 de enero de 2018

Mariano Ossorio tenía razón





El periodista Eduardo Álvarez, en El Mundo, bajo el título “Don Juan Carlos no es un jarrón chino”, comenta que “la Jefatura del Estado es una magistratura unipersonal. Pero entre las muchas cosas que diferencian a una monarquía de una república está el hecho de que a su primera institución no la representa un único individuo, sino toda una familia, con la capacidad de despliegue institucional y proyección que ello ofrece. Y un rey puede abdicar, sí, pero no deja de ser rey hasta su muerte. Y a Don Juan Carlos le ha faltado tanto reconocimiento público por el positivo balance de su reinado como, sobre todo, una verdadera agenda oficial con actos relevantes que le lleve a seguir sirviendo a España mientras sus facultades se lo permitan”. A mi entender, esa diferencia entre Monarquía y República, o sea,  el hecho de que no la representa un solo individuo es, a mi entender, lo más preocupante. Ya lo dijo Mariano Ossorio Arévalo,  marqués de la Valdavia: “La familia es una importante institución de muy difícil manejo”. El vergonzoso caso Nóos es una muestra palpable de ello. A mi entender, la mejor forma de que un rey emérito pueda servir a España es quitándose de en medio. Y Juan Carlos, que yo sepa, se ha quitado de en medio por mucho que se le haya habilitado un despacho en el Palacio Real, o asista a algún evento protocolario en muestro país o en el extranjero en representación de la Corona, como puede ser, por ejemplo, la toma de posesión de un presidente sudamericano, o su presencia en un enlace matrimonial o las exequias de algún  miembros de la realeza extranjera con el que a la familia Borbón le unen lazos de afecto. Hoy, por ejemplo, Juan Carlos tiene previsto asistir a los actos protocolarios de la Pascual Militar. Nada le impide que pueda ser así, del mismo modo que el papa Francisco puede invitar al papa emérito Joseph Ratzinger  a concelebrar una misa. En ninguno de esos casos se aprecia ni por asomo que pudiese existir una bicefalia en las respectivas Jefaturas de sus  Estados; como la que representa, por ejemplo, ese águila de los Habsburgo, donde una de sus cabezas miraba hacia lo infinito del pasado, y la otra hacia lo infinito del futuro, mostrando con ello que el presente es una fina línea de contacto entre dos eternidades.

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