Esto de la nueva cocina y de la cocina de autor pude
desquiciar a cualquiera. Según recoge El
Correo, “el marido de la actriz británica Tracy-Ann Oberman, Rob Cowan,
acudió junto a ella a uno de los establecimientos del cocinero Berasategui, que cuenta con ocho
estrellas michelín. Estaban
tomando un menú compuesto por catorce platos y ya desde el principio empezaron
a sentirse extrañados de la presentación de
uno de ellos, donde vieron una especie de piedra, rodeada de cuerda con un rollito
blanco encima. Entonces, Rob cogió eso que parecía una servilleta y lo mordió,
dispuesto a disfrutar de su sabor. No solo parecía una toallita, lo era. Según
afirma Daily Mail, la pareja ha
contado que el personal del restaurante se quedó horrorizado”. En un
restaurante no tienes obligación de comerte todo lo que te pongan en el plato,
por ejemplo una ramita de romero o una hoja de laurel. Pero un restaurante que se precie tampoco debe colocar
cerca de las viandas cosas no aptas para el consumo. Se supone que todo lo que
hay en un plato o cerca del mismo es comible, aunque sean pétalos de flores. El
hecho de poner una toallita enrollada junto al plato que se sirve en la mesa,
por mucho que lo pretenda adornar, o que sirva para lavarse los dedos, no deja
de ser una forma estrafalaria de servir un plato, ya sea en un restaurante con
más galardones que un coronel africanista o en un cutre parador de carretera.
Cosa diferente es ordenar que te quiten un ingrediente contenido en el plato.
Tal vez el cocinero se enfade, si éste considera que sin ese ingrediente se
destruye el equilibrio de sabores que buscaba al prepararlo. Pero no hace al
caso. Si algo del contenido del plato no satisface al comensal siempre será
mejor que pida otra cosa. En consecuencia, a Berasategui habría que cantarle el
“agur jaunak”, invitar al jefe de sala a comerse la puñetera
toallita puesta sobre una piedra cerca del plato y desaparecer para siempre. A
mi entender, los únicos que tenían derecho a quedarse horrorizados eran los
comensales británicos; que, además de soportar las excéntricas piruetas
culinarias de un supuesto experto en fogones, corrían con la abultada cuenta.
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