Se cuenta en la
Biblia que cuando Lázaro
murió, el Mesías dijo que la muerte
es un sueño del que se puede despertar. Lo que ya no comprendo es como en el
siglo XXI tres médicos diesen por muerto a un ciudadano en estado cataléptico.
Cualquier galeno que se precie de serlo, antes de emitir su opinión está en el
deber de acercarse hasta donde se encuentra el posible cadáver, hacer una
inspección ocular, auscultarle, mirarle la dilatación de las pupilas, etcétera,
antes de poder emitir el correspondiente certificado de defunción. Y si en vez
de un médico hay tres, es más difícil cualquier equivocación. Lo sucedido con Gabriel Montoya Jiménez, de etnia
gitana, en la prisión de Villabona debería avergonzar a la clase médica.
Introducirle en una bolsa y enviarle al Instituto de Medicina Legal de Oviedo
para practicarle la autopsia tras el preceptivo levantamiento del cadáver por
orden de un juez sin haberse asegurado de comprobar sus constantes vitales,
pone de manifiesto cómo funciona en España el régimen penitenciario. Gabriel
Montoya Jiménez llegó al Instituto Anatómico a bordo de un coche fúnebre y
salió de allí en una ambulancia con destino al Hospital Universitario Central de Asturias custodiado
por miembros de la Guardia Civil.
De alguna manera, Gabriel Montoya Jiménez ha hecho buena la canción “El muerto vivo”, de Peret referida a su amigo Blanco Herrera: “Y no estaba muerto no,
no y no estaba muerto no, no, y no estaba muerto no, no, estaba tomando
caña, oleré lelé...”. De haber vivido hoy Luis
García-Berlanga seguro que hubiese tenido guión para una gran película
No hay comentarios:
Publicar un comentario