Hoy lunes 29 de enero es festivo en
Zaragoza por celebrarse la fiesta de su patrón, san Valero. En la Plaza del Pilar viene siendo costumbre colocar
puestos ambulantes para la venta de roscones. Pero esta mañana la prensa local
me ha hecho dar un brinco en el asiento. Señala que “un estudio científico
advierte de que el llenado del embalse de Mularroya, en la comarca de
Valdejalón, podría provocar un terremoto,
en opinión de siete profesores de las Universidades de Zaragoza y de Burgos y del dueño de la
consultora Geoscan”. A uno, que ya tiene muchos años sobre sus espaldas, le
viene a la cabeza el recuerdo de la rotura de la presa de Puentes, cerca de
Puebla de Sanabria, el 9 de enero de 1959 y que causó la muerte de 144 vecinos
de Ribadelago, pueblo situado a 8 kilómetros río Tera abajo, de los que sólo se
pudieron rescatar 28 cadáveres, al dejar
escapar la rotura del muro de contención casi 9 millones de metros cúbicos de
agua embalsada. La responsabilidad de aquel desastre recayó sobre un chivo expiatorio, o sea, sobre un encargado
de la obra, la empresa titular de la explotación, Hidroeléctrica Moncabril, se fue de rositas y las indemnizaciones fueron
ridículas: 90.000 pesetas de la época por cada fallecido varón, 60.000 pesetas
por cada mujer fallecida y 25.000 pesetas en el caso de los menores de edad.
Precisamente el pasado viernes se presentó en la ciudad de Toro la publicación
del libro “Tráeme una estrella. Tragedia
de Ribadelago” (Ponferrada, Ediciones
Hontanar, 2017, 334 páginas) escrito por
María Jesús Otero Puente. Su autora
tenía sólo 10 años cuando sufrió un trauma difícil de superar pese a haber
transcurrido 59 años. Toquemos madera.
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