Zabulón
fue hijo de Jacob, uno de los jefes
de las doce tribus de Israel. Conocí hace ya bastantes años por la parte de
Calatayud a un tal Zabulón Maldonado,
más conocido como Cruschov, que
tenía un bar de los de ir tirando, como los existentes en las carreteras
secundarias, de esos que sirven cafés, carajillos, cervezas, banderillas de
pepinillo y escabeche, huevos fritos con patatas y bocadillos de queso y
panceta en pan de chapata. Zabulón Maldonado tenía muchas hijas, todas con unas
pecheras descomunales. Una de ellas se había dado de niña un cabezazo contra
una viga de hormigón y se le había olvidado la tabla de multiplicar. La tenían
para hacer recados que no fuesen muy difíciles. También se servían en su bar
platos calientes a los camioneros que entraban y salían de una fábrica de lejía
existente pasadas las vías del ferrocarril y un paso a nivel sin barrera.
Zabulón disponía en un rincón de su bar del juego de la rana, que
siempre fue labor de puntería destreza y pulso. Un día, el cura párroco
obligó a la única casa de comidas que existía en aquel pueblo, la de Cruschov,
a poner un cartel que dijera “Hoy es día
de cuaresma”, para recordar a los comensales todos los viernes siguientes
al Miércoles de Ceniza y hasta pasada la Semana Santa que
debían abstenerse de comer carne. Pero Cruschov, que habia sido soldado raso en la División Azul,
aunque no estuvo nunca de acuerdo con esa orientación a sus clientes, obedeció
a regañadientes y consintió que dos monaguillos colocasen el cartel en sitio
visible. El cura ecónomo tenía mucho poder en aquel pueblo y cara de pocas
bromas. No hacía mucho tiempo que habia mandado colocar otro aviso en su bar
para que ningún vecino asistiese al cine bajo pena de pecado mortal.
Proyectaban “Las noches de Cabiria” y
la protagonista era una meretriz piadosa. Pero aquella tarde, su aviso tuvo el
efecto contrario al deseado por el cura y se llenó la sala de proyección. El
cura se vio obligado a tener que amonestar a los feligreses en una posterior homilía
durante la misa del domingo, aclarando a los presentes en la parroquia que la
advertencia de que no de debería ver esa película no era un capricho suyo, sino
que le había llegado mediante un oficio del Obispado. Entre los feligreses se
encontraba junto al presbiterio Procopio Galerón,
practicante titular, que había visto la cinta
de Fellini y le había pareció
encantadora Giulietta Masina.
El personaje de Cabiria le hizo soltar una lágrima gorda en su butaca de madera
cuando un tipo sin escrúpulos se aprovechó de ella y le quitó sus ahorros.
Zabulón no tuvo en cuenta la prohibición ni el recordatorio del cura y no pudo ir al cine por tener que servir menús
a su distinguida clientela. También se armó de valor y siguió ofreciendo los
platos acostumbrados todos los días de la semana, incluso cuando los altares
estaban tapados de morado por la Semana Santa. Zabulón Maldonado siempre daba por
supuesto que los camioneros eran gente de buen conformar, que disponían de bula
papal, que comían carne los viernes de Cuaresma sin mala intención, que no
lanzaban cantos rodados con tirachinas a
los acompañantes en los entierros, y que
nunca se ponían a la sombra de la higuera ni del cabrahigo por evitar un paralís ni criaban
resentimientos.
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