La noticia de El
Correo de Andalucía hacía referencia a que el alcalde de Sevilla, el
socialista Juan Espadas, y cito
textualmente, “está a la espera de un contacto específico con el nuevo hermano
mayor de la hermandad de la
Macarena, José Antonio
Fernández Cabrero, para abordar el acuerdo plenario que reclama que la
basílica de la hermandad deje de acoger los restos mortales del general
golpista Gonzalo Queipo de Llano”.
Pues bien, al columnista del diario ABC,
Antonio Burgos, le ha faltado tiempo
hoy, en su artículo “Qué problermazo”,
para buscarle los tres pies al gato a lo que simplemente es la aplicación de la Ley 52/2007 de 26 de Diciembre, más
conocida como Ley de la Memoria Histórica
auspiciada por el entonces presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, firmada por él y por el rey Juan Carlos I en el B.O.E.; y que,
vergonzosamente, el actual presidente del Gobierno, Mariano Rajoy dejó en papel mojado al retirarle su presupuesto.
Sabido es que el Partido Popular se opuso a esa ley al considerar que “abría
viejas heridas”, pese a que tal ley, en
vigor, hace referencia expresa la colaboración del Estado. Como bien recuerda El Correo de Andalucía, “hace
aproximadamente un año y medio, el pleno del Ayuntamiento [de Sevilla] aprobaba
una moción promovida por IU-CA, condenando el golpe de Estado militar del 18 de
julio de 1936, repudiando al general Queipo de Llano y rechazando que sus
restos sigan enterrados en la basílica de la Macarena, al constituir
una clara ofensa para los familiares de las víctimas del franquismo y para los
demócratas. La moción fue aprobada de forma unánime en todos sus puntos, salvo
el relativo a sacar de la basílica de la Macarena los restos de Queipo de Llano, un punto
que contó con el voto contrario del PP y la abstención de Ciudadanos”. Por si
todo ello fuese poco y para mayor vergüenza, la imagen de la virgen Macarena fue procesionada durante
muchos años por las calles de Sevilla portando el fajín de ese general golpista.
Pero a lo que iba. Recuerda Burgos en su artículo que “ya casi no queda quien pueda recordar la Cruz de los Caídos que había en cada pueblo,
adosada a los muros de la iglesia. Menos en Sevilla capital, donde el cardenal Segura no dejó que la dictadura, a
diferencia de tantas ciudades, pusiera la Cruz de los Caídos en los muros de la Catedral. Por lo que
tuvieron que colocarla en los del Alcázar”. No es exacto. En las fachadas de
las parroquias de todos y cada uno de los pueblos se obligó colocar el nombre
de José Antonio Primo de Rivera, y
debajo el de los muertos vecinos de cada pueblo pero sólo de uno de los bandos:
el de los ganadores. Sigue
escribiendo Burgos: “Con la llegada de la democracia, me parece recordar que
fue el propio Gobierno de Suárez, nada
sospechoso de revanchismo, el que mandó quitar las cruces de los caídos, en el
espíritu de concordia y reconciliación entre las dos Españas. Hasta que vino el
malvado Zapatero, resucitador de odios, abridor El Explorador de heridas ya cerradas y formó con la Memoria Histórica lo que con tanta saña de
revanchismo se viene ahora aplicando. Verbigracia: a los que no creen en Dios y
mucho menos que la Esperanza es su Madre, y que no ponen un pie en
una iglesia”. Y continúa con su soflama: “¿No fue el general
Queipo el que impidió que a la
Macarena la quemaran los rojos?”. Su artículo es mucho
más largo. Pero mejor será que lo lean ustedes y saquen sus conclusiones.
Escribir sobre Queipo de Llano me llevaría mucho tiempo, más del que merece.
Como decía Juan Ramón, tal vez
inspirado en un poema de Horacio: “¡No
la toques ya más, que así es la rosa!”.
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