Usaré el fino estilo de Antonio
Tabucchi para “defendella y no
enmendalla”, como refiere Guillén de
Castro en “Las mocedades del Cid”.
Pues bien, sostienen quienes la conocen, que la reina emérita Sofía de Grecia tuvo que tragarse
muchos sapos y culebras durante el reinado de Juan Carlos. Y sostienen, también, quienes la trataron de cerca
aunque sólo fuera de forma protocolaria, que siempre supo estar a la altura de
las circunstancias, con gran profesionalidad. Pero esos mismos tipos que dicen
conocer a la reina emérita, fruncen el ceño al referirse a Letizia Ortiz. Sostiene Jaime
Peñafiel que, de haber vivido Juan
de Borbón, esa boda regia posiblemente no se hubiese celebrado nunca. En su
última columna en República de las Ideas,
fechada antes de ayer, Peñafiel recuerda a sus lectores que el cincuentenario
de Felipe VI, el próximo día 30 de
enero, coincidirá con la caída de su tío Constantino
por su tremendo error al ayudar a unos coroneles golpistas, de la instauración
de la República
en Grecia y del arribo al poder de dos
personajes: Karamanlis y Papandreu. Sostiene Peñafiel que años
más tarde, en 1984, Karamanlis, entonces presidente de la República, hizo una
visita oficial al Reino de España. Y que, como suele ser habitual en esos
casos, le fue ofrecida una cena de gala
en el Palacio Real. Menú compuesto – según sostiene Peñafiel-- de “consomé Embajador;
langostinos de Huelva Semíramis con arroz blanco; polo de perdiz
asado, perfumado a la mejorana con puré de castañas y helado de miel con higos
frescos, todo ello acompañado de Fino
Quinta; Gran Viña Sol, etiqueta
verde, Marqués de Riscal; Gran Codorniú, reserva Especial, y
brandy Lepanto, solera Gran Reserva”.
Y, también, que “Karamanlis, sentado junto a la reina Sofía, en un momento de
la cena ‘cometió el error’ de preguntarle a la reina por su hermano. Y que ella,
haciendo alarde de una total descortesía impropia de una anfitriona, ni le
contestó. Karamanlis, violentísimo ante la actitud de la reina, sentada a su
lado en la mesa, como protocolariamente correspondía, intentó ‘justificar su
traición’ de diez años atrás. Pero, doña Sofía – así lo sostiene Peñafiel-- le
cortó en seco, con un tono de violencia contenida, diciéndole: --Señor
Presidente, yo soy la reina de España. No me hable usted de problemas internos
de Grecia--. Y que ostensiblemente le volvió la espalda mirando hacia la
persona sentada a su otro lado. Esa noche, la reina Sofía no se colocó la banda
de la condecoración que, como es habitual, el presidente griego
había intercambiado con sus anfitriones”. Fue la única vez, al menos que se
sepa, que la reina Sofía perdió la compostura. Algo que no se debe hacer. Es,
por poner un ejemplo (haciendo un ejercicio intemporal), como si cenasen Juan Carlos y Manuel Azaña y, en un momento determinado, Azaña ‘cometiese el
error’ de preguntase a Juan Carlos por la salud de su abuelo. Y que Juan
Carlos, en un alarde de total descortesía, ni le contestase. Y que Azaña,
violentísimo ante la actitud del monarca, tratase de “justificar” cómo llegó la Segunda República
a España. Conociendo la gran inteligencia de Azaña, seguro que jamás se
justificaría por nada, menos aún ante un monarca impuesto por Franco. Es más, hasta es probable que
Azaña le recordase a Juan Carlos que su abuelo se había colocado al lado de Miguel Primo de Rivera un 23 de
septiembre. También, que hubo un posterior Pacto de San Sebastián, etcétera. En
resumidas cuentas, que Alfonso XIII
y Constantino de Grecia recogieron lo que sembraron. Fueron dos pusilánimes; o,
mejor dicho, dos insensatos que se ganaron a pulso el desprecio de los
ciudadanos.
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