sábado, 6 de enero de 2018

Juan José Millás se enfada





Suelo leer a Juan José Millás allí donde le pillo, quiero decir, allí donde pillo un artículo suyo. Siempre aprendo con ese sorprendente columnista. Pero acabo de leer hoy viernes un artículo suyo en El Correo de Zamora, “A la mierda”, que me ha dejado perplejo. Escribe indignado: “La cosa es que estás hablando con alguien a través del móvil, y ese alguien tira de la cadena, es decir, descarga la cisterna del retrete vaciando al mismo tiempo el contenido de la conversación que mantenías con él o ella (el genérico no me alcanza). Hay gente (y genta) que no encuentra momento para devolverte la llamada en todo el día, pero de súbito ha de acudir al baño y se dice: vamos a aprovechar para telefonear a este gilipollas. Estas personas suelen tener los cinco sentidos compartimentados”. Una vez leído eso, me rasco el colodrillo, bebo un sorbo de agua cruda, es decir, del grifo, y retomo mi lectura esperando que Millás suavice su cabreo. Pero no, para mí que ha aumentado su mal genio a medida que teclea en el ordenador. Si al menos hiciese como un compañero trepa que, tras una bronca con el superior, siempre me decía indignado: “He estado por decirle al jefe...”, pero no colaba. Nunca le decía al jefe otra cosa que “sí, señor, lo que usted ordene”; si al menos hiciese como aquel compañero trepa, digo, la cosa sería distinta. Lo de Juan José Millás es diferente. Escribe lo que considera oportuno, se enfada cuando hay que enfadarse y no le duelen prendas en contarles a los lectores de Zamora, o de Mansilla de las Mulas, o de Henares de Mohernando, lo que entiende como una humillación intolerable. Continúa: “No creas que no me di cuenta. Yo, por respeto a la conversación, me hallaba sentado ante mi mesa de trabajo, delante del ordenador, rodeado de cuadernos y de libros que hablaban de lo estropeado que está el mundo y de por dónde deberíamos comenzar a repáralo. Precisamente, acababa de tomar unas notas que pensaba enviarte por correo electrónico y que ya no recibirás porque justo en el momento más interesante de la charla te limpiaste el culo (tenías puesto el manos libres, lo supe por el eco), tiraste de la cadena, te subiste los pantalones, te enjuagaste las manos, y abriste la puerta del excusado para continuar la conversación por el pasillo”. Vale, maestro. Piense en lo poco de bueno que hubo en aquel intercambio de palabras. Su interlocutor, como usted aclara,  se enjuagó las manos como Pilatos tras haber tirado de la cadena, que no es poca cosa. O tal vez lo que oyó Millás fue cómo se lavaba el culo en el bidé.  En esta vida hay de todo. Peor, si cabe, es el tipo que atina mal, se orina fuera de la taza, moja la tapa, el suelo y sus pantalones y, acto seguido, sin lavarse las manos, te da unas palmaditas en el hombro. Lo que le ocurrió a Millás fue en la distancia. Y eso siempre es de agradecer.

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