Es curioso. Leo
en una hoja de calendario que el hotel Het Arresthuis, en Holanda es un hotel
bastante peculiar. Se trata de una antigua prisión, que data de 1862, convertida ahora en hotel de gran lujo. Está
emplazado en Roermond, frontera con Bélgica y Alemania. En 2007 un empresario cambió la estructura del edificio para entonces
abandonado y convirtió las 105 celdas en 36 habitaciones y 7 suites. Por
asociación de ideas, me ha recordado el convento
de San Marcos, en León a orillas del río Bernesga, hoy convertido en Parador
Nacional de Turismo. Se trata de un edificio del siglo XII erigido inicialmente
gracias al donativo de Sancha de Castilla,
hija de Alfonso VII, y tenía como
misión poder albergar a inopes y peregrinos que hacían el Camino de Santiago.
Pero el actual edificio es posterior, del siglo XVI. De estilo
gótico-plateresco, se levantó a expensas de Fernando II de Aragón y sirvió de monasterio hasta la
Desamortización de 1836. En 1964 se abrió como Parador de Turismo. Entretanto sirvió
como escuela de segunda enseñanza,
escuela de Veterinaria, hospital penitenciario, prisión militar, casa de
misiones de la Compañía de Jesús y casa central de estudios de frailes
Escolapios, entre otras muchas cosas. Y antes de todo ello, sirvió de prisión.
Por sus mazmorras pasó Francisco de
Quevedo durante casi 4 años por su enemistad personal con Gaspar de Guzmán, conde-duque
de Olivares. Marañón, en un
estupendo ensayo, hace alusión a unas cartas publicadas por Astrana, donde se demuestra que Quevedo
estuvo en su casa de Torre Abad entre 1635 y comienzos de 1639 “ con espíritu
nada hostil hacia el Gobierno (…) hasta que
un día viene, por razones ocultas a Madrid, y la noche del 7 de diciembre de
1639 le vemos prender y conducir, en secreto, a una cárcel lejana en el
magnífico convento de San Marcos, de León, panteón de os antiguos reyes
castellanos. Desde su cárcel, Quevedo escribe a Olivares en octubre de 1641.
Llevaba entonces un año y diez meses preso”. Describe “su rigurosa prisión,
enfermo con tres heridas que, con los fríos y la humedad de un río que tengo a
la cabecera, se me han cancerado, y por falta de cirujano, no sin piedad me las
han visto cauterizar con mis manos”. Hubo más quejas epistolares de Quevedo al Valido.
No le sirvieron de nada. Posteriormente, durante la Guerra Civil y
después de terminada la contienda, el convento de San Marcos sirvió de prisión
para ciudadanos republicanos cuyo único “delito” consistía en haber luchado por
defender la libertad y la democracia frente al fascismo victorioso.
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